miércoles, marzo 23, 2011

Todos los caminos llevan a Roma


Yo decía que iba a correr el Maratón de Roma para disfrutarlo. Decía que nunca había visto el muro. Ahora digo que un maratón no se puede disfrutar. Ahora digo que he visto el muro, la pared, la muralla china, el foso, y la fosa común de los maratonianos.

Ya se lo he dicho a mi amigo Marc que terminó en 3 horas (un puto crack), recuérdame que no vuelva a correr dos maratones en 15 días, recuérdame que otra vez no le pierda el respeto al maraton y que lo afronte con la mentalización que merece. Recuérdame por favor que sólo corra un maratón en plenitud de facultades.

Cuando preparaba este artículo estudié un poco el maraton de las Olimpiadas de Roma de 1960, la victoria de Abebe Bikila con los pies descalzos. Pensé escribir sobre Baldini, el único italiano ganador de un maraton Olimpico, en Atenas 2004, y pensé explicar estos dos acontecimientos históricos. Pero después de lo que he vivido este fin de semana, permitidme que os cuente sólo mi experiencia personal. De esos pedazos de historia del atletismo, sin lugar a dudas apasionantes, os sugiero un par de enlaces en los que descubriréis detalles que vale la pena conocer:


Viajar un fin de semana a Roma y correr el Maraton era un sueño que yo iba a cumplir, pero el tiempo, siempre el maldito tiempo, iba a hacer de esto un pequeña odisea. Viajar a Roma sin conocerla y pretender aprovechar al máximo un día de turista y dedicarle otro a correr 42,195 metros es demasiado pedirle al cuerpo. El sábado aprovechado a tope significó como media maraton de pateada turística por Ciudad del Vaticano, Plaza San Pedro, Castel Sant’Angelo, Piazza Navona, el Pantheon, el mercado de Campo dei Fiori, El Foro Romano, el Colosseo, el Circo Massimo… Sólo faltaba la visita obligada al Palacio de Exposiciones donde se entregaban los dorsales, que supone una pérdida de tiempo importante. Quién quiere visitar la Feria del Corredor (completísima, eso sí) cuando teníamos por visitar la Plaza España o la Fontana di Trevi. El cansancio acumulado de la semana, un incipiente resfriado y el pateo me suponen un malestar general que solo puedo solucionar con Ibuprofeno. Vaya condiciones para correr un maratón.

El día D me despierto empapado en sudor, la fiebre está haciendo su efecto. Deberé meterme otro Ibuprofeno para poder correr, si no ya ni salgo. Mi desayuno es lamentable, con un mísero croissant y un café con leche, pero es que no tengo ni hambre. No le doy más vueltas a la cabeza, aquí he venido a disfrutar, je. Manos a la obra.

Hace un tiempo me regalaron una camiseta de la selección española de atletismo firmada por De la Ossa. Corriendo en casa no me la quería poner, pero saliendo al extranjero pensé que sería bonito dejar ver a toda la gente que me había pegado un viaje importante desde Barcelona con el objetivo de correr la Maratona di Roma.

Yo con la camiseta de España y empieza a sonar el himno de Italia, hace poco que se ha celebrado el 150 aniversario de la unidad italiana, las caras de muchos italianos están pintadas con la “bandiera italiana”, todos lo cantan, algunos con la mano en el pecho. No hay por qué negarlo, la música es preciosa, incluso mis orígenes me hacen sentir escalofríos, pero si uno se fija un poco en la letra “Siam pronti alla morte, L'Italia chiamò” (Estamos listos para morir, Italia llamó). Uf, no, no, esto no me mola nada. En fin, que esta orgía nacionalista no presagiaba nada bueno. Yo que cada día me siento más ciudadano del mundo y me veo menos representado por una bandera…

Estamos en el momento de la salida, ya me ha bajado la fiebre y yo sigo tan tranquilo como toda la semana, será posible que no me dé cuenta de lo que se viene encima. Van diciendo por megafonía todos los representantes de cada uno de los países. Más de 700 españoles estamos el día 20 de marzo de 2011 en la salida de la Via dei Fori Imperiali. Poco antes de salir nos anuncian que en estos 42,195 km estamos a punto de descubrir nuevos rincones de Roma y nuevas sensaciones que no conocíamos. Empieza el sufrimiento, vamos allá.

A los pocos kilómetros empiezo a sudar mucho, no sé si esto es cosa de la fiebre o de salir tan tarde (9,00) o qué. No voy a tope, pero estoy corriendo a menos de 5 el kilómetro. Conozco a Carlos de Santander con el que compartiré medio maratón. El también lleva una camiseta de la roja, je. No tiene gran pinta de corredor y pienso que ya lo dejaré más adelante. Nos enganchamos al globo de las 3:30 aún me pregunto por qué, qué prisa tenía yo.

Pero la verdad es que cuando pasamos la media en 1:45 ya noto que no voy nada bien. Le digo que tire que yo quiero ir más tranquilo. Empieza el calvario.

Nunca he caminado en mis medias ni en los dos maratones que he hecho. Pero en el kilómetro 25 ya tengo muchos problemas y en el 28 ya voy andando un tramo. Pienso que me quedan 14 kilómetros y que esto va a ser muy duro. Ya no sé si tiene sentido continuar. Corro junto a las vallas para no impedir que me pasen los que vienen por detrás. Tropiezo con una y me caigo al suelo. Me cuesta levantarme, parezco un boxeador que está grogui. Por un momento decido dejarlo en el 30, pero cuando llego no encuentro el lugar de las asistencias (el punto de “ritiro” que anunciaba en el libro de ruta) y me doy cuenta que los puntos de abandono no se pueden anunciar a bombo y platillo porque habría una desbandada cuando la gente los viera. Menos mal que yo no lo vi.

A pesar del lamentable estado físico en el que me encuentro, el punto competitivo todavía aguanta como para obsesionarme en que no me alcance la liebre de las 3:45, y una vez ésta lo ha hecho, en que no llegue el globo de las 4 horas. No comprendo por qué, pero mi cabeza seguía funcionando así. Y venga a disfrutar.

Igual que en Barcelona, la parte final del maraton transcurre por los lugares més turísticos de Roma. La camiseta de la selección española cumple su función y es impresionante la cantidad de apoyo y de ánimo que recibo por parte de los españoles que hay en Roma. Me dan fuerza para poder continuar trotando a un miserable ritmo de 6 minutos el kilómetro. Me dan fuerza para andar lo mínimo posible, aunque a ratos debo hacerlo. Intento responder a cada saludo con un gesto o con una palabra. Eso y atravesar la Plaza Navona, la Plaza España, la Fontana di Trevi hacen que mi cabeza se mantenga entretenida y la posibilidad del abandono vaya decreciendo minuto a minuto. Sólo deseo llegar a Plaza Venecia, y a partir de ahí, ya muy cerca del final intentar disfrutar al máximo de la visión del Colosseo y de los últimos metros en la Via dei Fori Imperiali. Sólo quiero tener esa medallita que acredite que terminé la Maraton de Roma. En mi cabeza no hay nada más, sólo la medallita.

Veo la pancarta del último kilómetro, esto por fin se acaba… ¿Cómo? No es el último kilómetro! Esa mancha roja pone “Circo Massimo”, la pancarta del último kilómetro está como unos 500 metros más adelante! No sé ni de dónde saco las fuerzas pero obviamente ya no tengo ninguna duda de terminar y de que no voy a andar más.
“E gia fatta”. Acabé. No sé si reir o llorar. La organización nos da la maldita medalla que me ha costado 4 horas conseguir y luego nos ponen una manta térmica de aluminio por encima que da un mal rollete que no veas.

Agua, Gatorade, manzana, bolsa, hotel, ducha. Estoy destrozado, mi cerebro sólo procesa palabras sueltas. No hay más visitas turísticas por la tarde, sólo descansar.¿Sólo descansar? Ni por esas, sprint para coger el tren a Fiumicino y por fin a descansar en el avión, en esos lujosos aviones de bajo coste. Última fila, con todo el calorcito, las pilas se agotan del todo… Bona nit!

lunes, marzo 07, 2011

Maraton de Barcelona 2011


Fotografía de "El Mundo Deportivo"

El segundo Maraton de mi vida y de nuevo en Barcelona. Un invierno intenso, un club nuevo que me ha permitido entrenamientos de calidad y mejores marcas personales (en los 10 km y en la media maraton) eran un buen augurio para este Maraton de Barcelona 2011.

Sin embargo había cometido muchos errores ya habituales y otros nuevos. Entre los habituales estaba básicamente el escaso número de entrenamientos semanales, de hecho ninguna semana he hecho más de 4 días y normalmente han sido tres. Entre los errores nuevos destacar el haber estrenado ropa el día de la maraton, un error de principiante, pero que asumía con gusto para estrenar la ropa de Cerdanyola Club Hockey, club en el que he entrenado este invierno y que me ha permitido conocer gente estupenda, de un nivel impresionante y que me ha permitido entrenar haciendo series y tiradas largas. Pero no hace falta explicar las consecuencias de un pantalón nuevo y su rejilla interior sobre mis ingles... Uno de los nuevos errores de este año ha sido dormir muy poco (3 horas) la noche del viernes. Pensaba que eso me iba a penalizar definitivamente, pero el cuerpo es sabio y se sobrepone cuando un objetivo tan importante para uno está por medio.

Con todo, en el momento de la salida estaba confiado de hacer sobre las 3:15, aunque mi amigo Ricardo me ponía presión instándome a forzar más e ir a por las 3:10. Considerando que mi marca en la maratón del año pasado fueron 3:26, ambos registros eran complicados.

La táctica era muy propia de mí: salir fuerte y después a sufrir y aguantar lo que se pueda. Al final siempre vas a correr a lo que el cuerpo te da, a 5 minutos el km, o sea que todo el tiempo que tengas ganado al principio pues bienvenido sea. Por una vez mis previsiones serían ciertas y no me pillaría una de mis históricas pájaras como las que he pillado tantas veces sobre la bicicleta. Llevo dos maratones y he sufrido como un condenado, pero aún no he visto el muro.

Salimos con José Luis al ritmo previsto de 4:30 el km. Vamos bien, pero nada que ver con el ritmo conservador del año pasado. Sobre el km 10 él acelera y yo decido no forzar más la máquina. Se va perdiendo entre la multitud que no dejará de acompañarnos todo el día. 15.000 personas es mucha gente y es un rosario interminable de corredores...

El paso por la Meridiana, sobre el km. 19 me supone recoger los geles de Olga y de mi hermano (gracias a ambos!) que fueron vitales para poder aguantar. Al final me tomé nada menos que cuatro geles. Además creo que recogí bebida en casi todos los avituallamientos, cosa que nunca hago (ni en medias ni en la maraton del año pasado). Y por primera vez también usé las esponjitas para refrescarse. El día era precioso, soleado, y pensé que cualquier tipo de hidratación sería buena para el cuerpo. La suma de detalles cuenta.

El final de la Meridiana permite cruzarte con la gente que va más rápido que tu y es una forma de entretenerse, encontrar a gente conocida que va delante (Xavi, Jordi Fortun). Además, en el barrio hay amigos esperando nuestro paso (gracias Jordi, Arnau, Josep Maria y Arcadi por vuestro ánimo!).

Como el año pasado, paso por algunos momentos emocionantes que coinciden con momentos de debilidad. Un corredor empujando una silla de un niño discapacitado es el que recuerdo ahora con más fuerza.

Otro momentos más que emocionantes son graciosos, como el japonés con el cartel “Chuck Norris nunca corrió una maraton”, o una chica bajando Rambla Prim con el cartel “Dios te ama” (¿). Otro ya en la Ronda Litoral decía “Si véis el famoso muro, os meáis en él y continuáis vuestro camino hacia la gloria”. Acabo con un clásico “El dolor es transitorio, el orgullo es para siempre”.

Poco a poco veo que voy a menos, ya casi no consulto el reloj para no desmoralizarme. Pero cuando lo hago veo que mantengo un ritmo constante de 5 minutos el km, no puedo ir más rápido pero tampoco voy más lento.

En el Paralelo, a falta de unos dos km. alcanzo a José Luis que va casi parado, se ha resentido de una lesión y no puede más que andar rápido. Yo ni le había visto, ya iba ciego solo mirando adelante, sufriendo. El me ve a mí y nos damos ánimos mútuamente. Esto ya está casi hecho. Ya desde el km 35 veo que puedo llegar sobre las 3:13 y voy clavando los tiempos, lástima que los 195 metros finales te llevan casi un minuto y no había contado con él. Entro satisfecho con un tiempo de 3:14:47 que ahora mismo veo difícil de batir en un futuro. Orgulloso de haber sabido sufrir y tirar de casta para acabar esto dignamente. Tras esperar a José Luis que llega un par de minutos más tarde no consigo ni siquiera subir como una persona las escaleras de la fuente de Montjuic. Y os aseguro que no soy el único.

Al día siguiente del maraton, las secuelas son múltiples, plantas de los pies doloridas, un par de uñas de los pies negras y a punto de caer, ingles irritadas. Pero todo ha valido la pena. Por este año el sufrimiento de correr a pie casi ha terminado. Falta un maraton, el de Roma, pero sin ir a buscar tiempo, sólo a disfrutar. Bueno, de hecho esa es una de mis dudas, no sé si correr más lento significa disfrutar o sencillamente sufrir media hora más!