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domingo, octubre 28, 2007

Buscando otros límites

Me costó más de 3 años decidirme a participar en el Duatló d’Alta Muntanya de Catalunya. Si una cosa tenía clara es que a una prueba de esta índole hay que llegar preparado. Seguramente como a casi cualquier prueba exigente de cualquier deporte. Pero no sé por qué le tenía un especial respeto a esta prueba. Sin duda no se trata de un simple duatlon de montaña. Subir al Puigmal, a 2.900 metros a finales del mes de Octubre seguramente tiene que ver con el canguelis que llevaba encima. Además, por supuesto, de que me estaba alejando de mi habitat natural, la carretera, buscando otros límites a los deportes (y sufrimientos) ya conocidos.

Yo creo que nunca me había puesto tan nervioso antes de una marcha cicloturista. Las dudas sobre indumentaria y, sobre todo, sobre mi estado físico después de que la semana anterior un problema muscular hubiera cuestionado mi participación, incidían sobre mi estado de nervios.

Y sin embargo la preparación había sido, cuando menos, correcta: Canigó, Matagalls y Turó de l’Home, habían caído mitad a lomos de mi sencilla GT, mitad a pie, corriendo cuando podía, andando la mayoría de las veces. Precisamente por eso, la idea de no poder tomar la salida, e incluso de no poder terminar la carrera, me suponía una verdadera pesadilla. Tanto tiempo invertido entrenando no podía quedarse en nada en el último momento.

La noche anterior a la prueba, todo eran dudas. ¿Coulotte? ¿Mallas? ¿Pierna corta o larga? ¿Bambas de running de asfalto o bota de trekking? ¿maillot con manguitos o chaqueta de primavera? ¿Quizás de invierno? ¿Gorra para correr a pie? ¿Buff? Esto debe ser bastante parecido a la elección de neumáticos en una carrera de motos...

Finalmente suena el despertador y hay que tomar decisiones: mallas largas, guantes largos pero no de pleno invierno y chaqueta de primavera. Más tarde podría tomar la decisión del calzado en la zona a pie, puesto que en la bolsa metí las dos opciones: botas de trekking y deportivos... La jornada se preveía fría, pero el día claro, con lo que nos podíamos sentir afortunados. Íbamos tener buenas vistas desde lo alto, lo que no sabía es que no tendría ni un minuto para disfrutar de ellas.

A pesar de tener el hotel a menos de 300 metros de la salida, nos presentamos a última hora y estamos bastante retrasados, un poco por el miedo de coger frío mientras estamos esperando la salida. Finalmente se da inicio a la prueba y los primeros salen como si esto fuera al sprint. El tramo en bicicleta no tiene nada técnicamente. Es una pista amplísima, incluso al principio asfaltada. Este año, además, el hecho de estar de obras en el tren cremallera de Nuria hizo que la pista, muy transitada por camiones de gran tonelaje, fuera recubierta de grava, compactada con el paso de los camiones. Unicamente los últimos kilómetros eran propiamente de tierra, siempre en una pista muy ancha. A esas alturas ya se estaba separando el grano de la paja y toda la gente se iba poniendo en su sitio. Al llegar arriba, después de subir guardando fuerzas todo el tiempo, nos tomamos nuestro tiempo en realizar la transción. El calzado que elijo finalmente es la bota de trekking. Sabia decisión como comprobaría más tarde.

El tramo a pie es realmente duro. Para los que no conocíamos la subida al Puigmal, quizás especialmente duro. La subida consiste en varios collados cuyo acceso es cada vez más complicado y con mayor desnivel. La subida es totalmente despejada, entre prados, por lo que no resulta difícil adelantar a otros competidores recortando las curvas del sendero marcado. Aunque lo normal es seguir a los que llevas delante. Todo el mundo va andando. La velocidad es constante y únicamente, de tanto en tanto, hay alguien que para a respirar y así aprovecha para mirar hacia abajo y supongo que disfrutar someramente del paisaje.

Por el mismo motivo, el ser totalmente despejada, el viento hace daño de verdad. En varias ocasiones el viento impide literalmente nuestro avance. Llegando arriba, en un paredón realmente duro, la altitud se empieza a notar: sensación de ahogo, pinchazos en el pecho… Después de varios minutos de sufrimiento extremo, diría yo, parece que por fin coronamos. Arriba no hay control de chip, el viento se les llevaría la alfombra!!! Tampoco es el mejor lugar para poner un avituallamiento. Te piden el número, te dan un trozo de barrita energética infumable y para abajo.

Los días anteriores me había planteado el tramo a pie como tres tramos independientes en los que el objetivo era llegar. Coronar el Puigmal era ya de por sí un bonito objetivo y, al tratarse del punto más alto, yo suponía que el final de la dificultad principal. Qué equivocado estaba. El principio del descenso ya deja intuir la dificultad de bajar con nieve sobre un pedregal. Obviamente ahora ya nadie anda. Ha entrado la prisa y todo el mundo corre. ¿Corre? La gente baja buscando apoyos sobre la marcha en los tramos sin nieve. En los tramos con nieve hay zonas que la pierna queda enterrada, mientras en otros tramos la piedra puntiaguda sobresale, ¡os podéis imaginar! ¡Menos mal de la botas! Si voy por aquí con las bambas de asfalto blandas no sé qué huubiera pasado… En los tramos con mayor pendiente las caídas son frecuentes y digamos que la parte donde la espalda pierde su nombre es la más golpeada...

A medida que se va bajando la nieve desaparece y se puede coger más velocidad. A todo esto, ni rastro del dolor de rodilla que me estuvo amenazando toda la semana. Claro que en esta competición el dolor tiene otras prioridades: el frío de las manos, los golpes del trasero, los cuádriceps...

La llegada a Nuria y su avituallamiento es el final del segundo tramo que me había marcado como objetivo. Final de la bajada, fin del sufrimiento de los cuádriceps. Empiezan los últimos cinco kilómetros, que ya me habían advertido que, siendo los de menor pendiente (ni positiva ni negativa) no tenían nada de fácil. Correcto. Ahí se encuentran los únicos tramos donde se puede correr un poco, donde el entrenamiento puede servir de algo. Ahí sí que me marco como meta llegar a Fontalba. No digo apretar porque todo el duatlón lo hice en el modo “sufrimiento casi agónico”, por tanto no podía apretar más, pero sí me planteaba simplemente llegar a Fontalba. A falta de aproximadamente un kilómetro ya se vislumbran los boxes en la ladera de enfrente. Sólo un poco de sufrimiento y ya está. Aún me da tiempo de ver un par de buenos trompazos de alguno que me pasa, aunque la verdad es que a estas alturas se producen muy poquitos adelantamientos.

La transición resulta muy lenta en mi caso. Aunque había pensado en bajar con las botas de trekking y no cambiarme las zapatillas de BTT, decido no arriesgarme a algún susto y calzarme las botas. Con amenazas de rampas mientras las coloco... Más tiempo perdido en la transción.

Luego, efectivamente, los últimos 11 kilómetros ya no significan nada. Bajada constante nada técnica y con el único peligro de la velocidad entrando en la curvas. Es el único momento en el que puedo disfrutar muy por encima del paisaje.

Llego con 4 horas y 20 minutos, por encima de las previsiones, aunque francamente satisfecho, sobre todo por haber superado los momentos difíciles y por no haber tenido problemas físicos. Bajo mi punto de vista, el esfuerzo global de una prueba así es inferior a una Quebrantahuesos o una Bonaigua, puebas de carretera de unos 200 kilómetros y unas 7 horas de esfuerzo, pero la exigencia física general es mucho mayor en este caso. ¡Me dolían músculos que ni sabía que existían!

Después de tres días, el dolor en las piernas permanece, el morado (¿no es negro?) en los glúteos permanece, pero la satisfacción de haber terminado una prueba muy exigente y tremendamente bella, también. Un reto superado, pero hay que seguir buscando… otros límites.