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miércoles, marzo 24, 2010

Regreso al Nebelhorn o cómo una derrota termina en victoria

Artículo publicado en el n.36 de la revista Pedalier. Foto de Sergi Ros.

Yo iba sin ninguna esperanza. Acababa de leer el ya mítico artículo de Ángel Morales y Rubén Berasategui en Pedalier (número 30) y sabía lo que me esperaba con todo lujo de detalles. Ellos habían ido a por el Nebelhorn y no habían conseguido subirlo entero en bici, aún estudiando el tipo de material a utilizar, habiendo analizado a fondo los mapas... Ángel y Rubén, dos tipos acostumbrados a las pendientes fuertes, dos pioneros, descubridores de monstruos y además fuertes como pocos...

Por lo tanto yo tenía claro que iba a acercarme a conocerlo pero ni siquiera sabía si llegaría arriba. Os tengo que decir que me gustan las pendientes fuertes, aunque el Nebelhorn supera lo imaginable. Digamos que cuando pensaba en él no se me ocurrían otras palabras que no fueran reto, sufrimiento extremo y peligro. Disfrutar, paisaje o cicloturismo son palabras que dejo para otras subidas.

Yo me presentaba allí con la bicicleta de carretera (eso sí, con triple plato) y sin una preparación específica para afrontar una subida de este calibre. Las circunstancias eran las que eran y yo había ido a hacer otro tipo de subidas, pero estando en Oberstdorf, no intentar subir hubiera sido un sacrilegio.

La compañía que llevaba condicionó la subida. Xavi Cossials y Xavi Joya son dos viajeros empedernidos. Dos tipos, sobre todo Cossials, que han viajado con sus bicis por un montón de países, subiendo cuestas imposibles, siempre a la búsqueda de subidas incluídas en el reto BIG. Siempre con su BTT y su triple plato, asegurando (casi siempre) que pueden llegar arriba. Nos planteábamos un nuevo reto (¿El reto?) a lomos de nuestras bicis.


Al regreso de una etapa por los alrededores de Oberstdorf, decidimos aprovechar el buen tiempo de principios de Julio en el sur de Alemania para intentar acercarnos a descubrir a este nuevo mito del cicloturismo moderno. Tras localizar el principio de la subida (no es difícil, junto al estadio de saltos de esquí), nos informamos en la taquilla del Nebelhornbahn (el telecabina que sube hasta la cima del Nebelhorn, a 2224 metros). La información que recibimos allí fue del todo incorrecta. Nos dijeron que un coche, aún no siendo 4x4, podía subir sin problemas hasta el albergue Edmund Probst Haus, a 1932 metros. Una barbaridad, si un día queréis jugaros la vida, podéis intentarlo… Otra opción que habíamos barajado era subir como pudiéramos y bajar con la bici en el telecabina, pero eso no está permitido.

La primera parte de la subida al Nebelhorn era la única que personalmente consideraba asequible, justo hasta la estación de telecabina de Seealpe, a 1280 metros. Con rampas superiores al 20%, son unos 4 kilómetros muy duros, pero con el triple plato, pues a golpe de riñón se hace.

Una vez en Seealpe hablo con Sergi, el fotógrafo, que sube en el coche siguiéndonos, y me dice que ha visto a los Xavis sufrir mucho en las rampas del 20% y que no cree que lleguen a Seealpe. Mientras estamos esperando y hablando aparece un tipo ataviado con traje típico y nos dice de malas maneras algo que no entendemos. A duras penas intuímos que no se puede subir en coche por ahí y que como nos pille la poli nos van a empapelar. O sea que decidimos dejar el coche ahí estacionado.

Yo me digo, bueno mientras espero a los Xavis voy a ver de qué va esto y a ver si con un poco de suerte veo los rampones del 42%. ¡Tiene que ser acojonante! Mientras subo, me cruzo con un tipo en BTT que no tiene mala pinta. Le pregunto si conoce la subida y me dice que vive en Oberstdorf y que suele subir muy a menudo. Le pregunto si alguna vez ha sido capaz de subirlo en bici hasta el final sin echar pie a tierra y me dice que sí… Interesante. Voy subiendo zonas asequibles hasta que diviso a lo lejos una recta que impresiona. Intento hacerla con mi bici de carretera y me quedo justo en el punto kilométrico que indica que faltan 4 kilómetros para la cima. Allí empieza el verdadero infierno. Pensaba que por atrás me estarían esperando y doy media vuelta y empiezo a bajar.

Cuando bajo hacia Seealp me encuentro a los Xavis subiendo con la bici, y Sergi andando unos metros atrás, cámara de fotos y mochila en ristre. La moral está alta y las ganas de sumar un nuevo BIG a su colección, también. O sea, que media vuelta y a intentar llegar lo más arriba posible, aunque de nuevo la recta infernal se topa en nuestro camino. La pendiente es terrible. Nos paramos y la sensación de derrota es total. Incluída la foto con el pulgar hacia abajo... A los pocos minutos no sé todavía cómo, ni por qué, ni quién fue el que animó al resto para continuar subiendo, pero en lugar de asumir una derrota por KO nos levantamos y continuamos la pelea, aunque sea a pata, hasta donde lleguemos. Mientras haya luz no hay prisa.

Intento hacer algún tramo en bici, pero de repente me topo con la famosa curva a izquierdas del 42%. No se puede explicar, hay que ver ese paredón para darse cuenta de la magnitud de la pendiente. El descanso que hay al coronar la rampa se ve allá a lo lejos, muy arriba, es una sensación irreal. Intento subirla con la BTT de uno de mis colegas. Sin haber subido el tramo anterior y partiendo desde cero, no llego ni a la mitad… El estado del asfalto no ayuda, y los cortes horizontales en el asfalto (¿para facilitar el desagüe cuando llueve?) todavía menos. Al coronar ese tramo monstruoso, el asfalto se deteriora más y más, hasta convertirse en una pista descarnada. Es difícil incluso subir a pie. Los pies resbalan por la pendiente y la grava y no puedo dejar de imaginarme unas zapatillas de carretera subiendo por ahí… Menos mal que llevo las de montaña con la cala pequeña de Shimano que si no me voy para abajo seguro.

Un poco más arriba vemos a un ciclista bajando. Se trata de un húngaro que vive en Austria y nos explica cómo es el resto de la subida. Al poco tiempo descubrimos que también forma parte del reto BIG y, un poco después aparece una pareja de italianos conocidos, Luigi y Cecilia, bajando a pie con la bici a hombros y con cara de pocos amigos. Ese tramo posterior a la rampa infernal es sin duda el de peor superficie de toda la subida. Y la pendiente, lejos de moderarse, continúa en niveles que no nos permiten volver a subir a la bicicleta. Una zona de zig zag y ya vemos al albergue a lo lejos. Los primeros restos de nieve aparecen de repente junto a la carretera y anuncian que estamos ya muy cerca del final.

Los cuatro kilómetros que separan la primera rampa infernal con el albergue se nos hicieron interminables. Hacer la subida, incluso a pie, se convirtió en un verdadero reto. Cada uno subía con su artilugio, nosotros con las bicicletas y Sergi con su mochila y su cámara de fotos.


En contra de lo que podía pensar tras subir un puerto a pie parcialmente, llegar arriba fue absolutamente un triunfo. De alguna manera, con la bici al lado, pero tras horas de caminata habíamos vencido la montaña. Habíamos llegado al refugio Edmund Probst Haus, a 1932 metros, junto a la siguiente estación del telecabina. Llegamos arriba con las fuerzas justas y con la luz ideal para una larga sesión de fotos con Sergi. El posterior sándwich en el albergue nos supo a gloria.

Hay que decir que desde ahí hasta la cima del Nebelhorn quedan todavía unos 300 metros de desnivel, puesto que se llega a los 2224 metros, pero excepto los últimos metros, ese tramo desde el albergue hasta arriba sí que es impracticable en bicicleta.

La bajada ya intuíamos que no iba a ser fácil. Prácticamente no me subí a la bici en esos 4 kilómetros. El riesgo de irse abajo es evidente y con la bici totalmente frenada hay muchos tramos en que la bici se desliza hacia abajo y se pierde el control. En una BTT con frenos de disco probablemente sea otra cosa, pero con frenos de zapata el riesgo es más que evidente.

Una vez conocido el terreno yo pienso que es una subida terrorífica, bestial, pero como dicen mis amigos Carles Nadal y Mauro Repetti, en una BTT con 32-34 detrás, con el asfalto en buen estado, con un estado de forma muy bueno y siendo un biker acostumbrado a mantener el equilibrio con la bicicleta parada (¡o casi!), es una subida que se puede llegar a hacer. Pero si no se cumple uno de esos requisitos, me temo que pondréis pie al suelo…

A la mañana siguiente, desde el albergue de juventud donde estábamos alojados, precisamente desde la ventana de nuestra habitación se veía el Nebelhorn y la estación de Höfatsblick y el Albergue Edmund Probst Haus. Ese ya inconfundible valle sin salida que encierra unos de los monstruos más temidos por los cicloturistas de toda Europa. Y que desde el día anterior iba a formar parte de mi curriculum y de mis recuerdos. Aún habiéndolo hecho a pie.

Pero por mucho que yo os cuente, la subida al Nebelhorn es una experiencia que hay que vivirla. Si la podéis subir en bicicleta, chapeau, pero si llegáis arriba a pie, o incluso en teleférico, esa terrible montaña la tendréis en el saco. Nunca una derrota tuvo un sabor más dulce.

lunes, marzo 22, 2010

Mi primera maraton: Barcelona 2010


Después de volver a correr hace 3 años, en los que me he dedicado a las pruebas de 10kílómetros y a las media maratones, tenía muchas ganas de probarme en la distancia reina, en los míticos 42 kilómetros. Pero si una cosa tenía clara es que a una maraton hay que ir bien preparado, no se puede ir a sufrir y terminarla andando. Le tenía mucho respeto y quería terminarla lo bastante entero como para no odiarla para siempre.

La preparación que había seguido no era probablemente la mejor, pero yo me sentía conforme. Tres salidas a la semana desde el mes de Enero, con tres medias maratones y dos salidas más largas de un par de horas. Mi principal miedo era si sabría correr a ritmo más lento del que estoy acostumbrado. Corriendo a 4,17 el kilómetro una media maraton, me planteaba correr a 5 el kilómetro en la maraton, pero de hecho nunca, ni cuando entreno tranquilo, voy a esa velocidad. De hecho siempre entreno a tope....
Por tanto mi idea inicial de estar sobre les 3 horas 30 minutos pensaba que estaba dentro de mis posibilidades. Lejos de las míticas 3 horas (una quimera para los populares), pero que personalmente consideraba un tiempo aceptable para tratarse de una primera maraton.

Pensaba que podría echar de menos el fondo de hacer alguna salida de 30 kilómetros, y también pensaba que aunque fuera a nivel psicológico, me convendría estar convencido de pasar una distancia tan larga. Pero ya me dijo David que con una base como la que llevaba, el día de la Maraton, el hecho de correr a ritmo más suave y la motivación haría el resto. Mi teoría de la "memoria" del cuerpo y los esfuerzos acumulados durante tanto tiempo encima de la bicicleta suponía que iban también a jugar en mi favor.

Pocos días antes de la Marató el periodista de TV3 Arcadi Alibés presentó su libro "Còrrer per ser feliç". En un momento de su libro, Arcadi comenta que la Maraton es una carrera de 12 kilómetros que comienza en el kilómetro 30. Me gustó esa visión y me hizo reflexionar. Ya sabía que tenía que llegar entero al kilómetro 30, no quería ver el muro, pero esta frase aún me convenció más.

El día D tuve la fortuna de contar con José Luis a mi lado. El fue el primero en recomendarme no ir tan lento como a 5 el kilómetro al principio. Salgo pues, muy muy tranquilo, con la sensación de estar corriendo muy suave, guardando fuerzas permanentemente. Al llegar a la Meridiana, sobre el km 18 voy todavía muy entero. Pequeñas distracciones sirven para aliviar el paso de los kilómetros y ayudan a avanzar. La presencia de Olga que nos da un gel recuperador y la presencia de mi madre hacen esa función. El peor momento lo pasé en la Avda. Diagonal, un tramo muy monótono que solo salva el ambiente de la gente que se sitúa cerca de la Plaça de Les Glòries. Justo al regreso en dirección al mar aparece el kilómetro 30 y se supone que la carrera empieza ahí. Ya hacía un rato que había puesto en funcionamiento el modo "sufrimiento agónico". En lugar de correr con la cabeza erguida disfrutando del ambiente ya estaba mirando al suelo y contando pasos, simplemente dejando que los minutos y los kilómetros trascurrieran. Es fácil que alguien crea que no es verdad, pero en esos momentos me llegué a descontar del kilometraje. Os podéis imaginar la alegría que supone encontrar el kilómetro 33 cuando la cabeza espera el 32.

El Paso por el Arco del Triunfo es espectacular. Es la versión runner del Alpe d'huez en el Tour. Un pasillo estrecho de gente animando hace que saques fuerzas de flaqueza. Tras el Arco del Triunfo y la piel de gallina ya nos dirigimos a la Plaça Catalunya. Entonce sí que pienso que está hecho. El cuerpo está resistiendo perfectamente y no aparece ninguno de los dolores que en algún momento de los últimos tres meses había sentido, y que temía volver a sentir durante la maraton. Glúteos, cadera, plantas de los pies, rodillas, aguantan sin dar la más mínima señal de aviso. Portal del Angel, Ramblas.. Cada vez hay más gente animando y te llevan en volandas hacia el final. Avda Paralelo marca ya el último kilómetro y aquí ya puedo apretar un poco. Veo que José Luis, que en ocasiones me ha ido esperando, es ahora el que sufre y le veo correr cojeando cada vez un poco más. Pero esto ya está hecho. Llegamos a la Plaça España y brazos en alto para celebrar la victoria al llegar en 3 horas 26 minutos. Una victoria para mí. Acabar mi primera maraton y en un tiempo inferior al previsto. La medalla de recuerdo que muestro orgulloso en la foto será un nuevo tesoro en mi estantería.

Ahora sé que tengo un matoniano dentro de mí. Y sé que ésta de Barcelona fue la primera, pero no será la última.