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jueves, agosto 30, 2012

El puerto de los adoquines y mucho más


(Artículo publicado en el n.51 de la revista Pedalier)

Cuando planeamos el viaje por Suiza esta era una de las etapas que no se discutían. San Gotardo, el puerto de los adoquines, es una de las subidas que sobresale en el imaginario de los cicloturistas. Para mí, que mitifico la cuesta de al lado de mi casa, imaginad esto: es como juntar el Tour de Flandes y el Tourmalet. Nufenen y Furka son otros dos puertos de los que no es fácil olvidarse, aunque eso no lo sabíamos exactamente antes de haber estado ahí.

Pero resultó que llegamos a Andermatt ya con un cierto cansancio. Varias etapas en Suiza con esos puertos largos e inolvidables fueron minando las fuerzas y la moral del grupo que componíamos. Nos quedaba esa última etapa, la etapa reina. Un etapón, una ruta clásica que en 110 km cubre los puertos de Furka, Nufenen y San Gotardo.

Y ahí estábamos nosotros, en esa ciudad suiza que es una cucada (y también carísima), en la terraza del hotel, cenando un poco, acabando de decidir el plan para el día siguiente. Yo era el único absolutamente decidido a completar la etapa entera a pesar de que era posiblemente el más justo de fuerzas. Pero como les decía a mis compañeros, lo único que tengo (a falta de fuerza física) es determinación. Y esa determinación es la que me llevó a convencer a mis colegas. La climatología prevista estaba de mi lado y el alegato final fue de los de película: “Chicos, ya que estamos aquí sería una lástima no hacerla. No nos lo perdonaremos nunca. Quién sabe cuando volveremos aquí. La etapa de mañana la recordaremos durante años”.

Mientras decidíamos lo que íbamos a hacer, empiezan a pasar muchos ciclistas, de uno en uno, seguidos cada uno por un coche de asistencia. Preguntamos al propietario del establecimiento donde estábamos cenando y resulta ser el Tortour (www.tortour.ch ), una pueba de ultraresistencia que recorre Suiza en 1.000 km y más de 13.000 metros de desnivel. La noche está llegando y los ciclistas vienen de Oberalp y todavía tienen que coronar el San Gotardo. Este no es mi tipo de ciclismo, pero posiblemente sí el de algunos lectores. Si buscábais nuevos retos, éste parece de los que vale la pena intentar. ¿Estos van a coronar San Gotardo de noche y nosotros ni lo vamos a intentar? El Tortour también jugó a mi favor.

El día amanece sin una nube, espectacular. La suerte está echada. Vamos a ir a por ella. Unos kilómetros de llano nos van aproximando a Realp, la base del puerto muy cerca de Andermatt. El Furka nos espera y se presenta inmenso, frente a nosotros, espectacular. Creo que es el primer puerto que conozco que desde el primer metro de subida ya ves la cima. Puerto panorámico es su definición más apropiada. Es imposible alejar la vista del valle mientras vas ganando altura con rapidez, hasta que ves una recta larguísima de casi 4 km, y al final de la misma se intuye el paso. Un verdadero lujo de subida.

En la cima, nos encontramos con numerosos cicloturistas. En el ya clásico momento del intercambio de fotos junto al cartel conocemos a varios de ellos con los que iremos coincidiendo a lo largo de todo el día. En la bajada, poco antes del desvío hacia Grimsel, nos detenemos a observar la nostálgica locomotora a vapor (el llamado tren del Furka) que sale de Realp y pasa por Furka y Gletsch y llega finalmente hasta Oberwald. Otra atracción turística con la que los suizos complementan sus maravillas naturales.

Continuamos un largo descenso y un pequeño tramo llano que nos llevará hasta Ullrichen. Empieza Nufenen y para mí, en nuestro último día de andadura por los alpes suizos, es el momento clave. Él puerto más alto (2.478 metros) y más duro del día (13 km al 8,7% de media). Pensaba que si conseguía coronarlo luego ya San Gotardo, menos duro, lo subiría como fuera, aunque sea con la luz de reserva encendida. Los 13 kilómetros son de los de disfrutar pero también duros sicológicamente, puesto que se trata de otro puerto muy panorámico en el que ves en todo momento largas secciones de lo que te espera. El calor aprieta de lo lindo y paso unos cuantos ciclistas y me pasan otros tantos. Un tipo danés que va solo, una chica con un maillot del mítico verde Bianchi, otro con pinta de pro, el de la BTT, cada uno a su nivel. Ese denso tráfico de ciclistas ayuda a pasar el tiempo y los kilómetros van cayendo despacio.

No todos los días me como unos spaghetti con estas vistas!
Ya habíamos acordado comer algo sólido en la cima. Ahí, en el restaurante del Nufenen, coincidimos con todos los cicloturistas que vimos en el Furka y que nos habíamos ido cruzando durante el camino. Todos comiendo arriba reponiendo fuerzas. Todos haciendo esta mítica etapa en el mismo sentido. Todos disfrutando de unas maravillosas vistas en la terraza, que nosotros acompañamos con un plato de spaghetti que nos sientan fenomenal y garantizan que podremos completar la etapa. Pero no estamos solos, la cantidad de moteros, autocares, coches y turistas en general es impresionante. Desde luego las vistas valen la pena, y el día merece un espectáculo así.

Nufenen, el paso más alto de nuestra excursión en Suiza
El Nufenen es el Colle della Novena en italiano, puesto que en la vertiente por la que bajaremos estamos en el canton Ticino, donde se habla ese idioma. Nufenen conecta la suiza alemana con la suiza italiana. Tras ver el cartel de Colle della Novena vemos las indicaciones de Airolo a 23 km, nos dan una idea del espectacular descenso que vamos a vivir, puesto que la bajada es amplia, con poco tráfico, de largas rectas, rapidísima. El único inconveniente (por poner algún pero) es el asfalto un tanto especial, rugoso y como por placas, pero no es un problema para alcanzar una velocidad altísima. Volamos hacia San Gotardo en esos kilómetros. Llegando a Airolo ya observamos, arriba a la izquierda todo un entresijo de carreteras, túneles y curvas que componen un paisaje muy característico.

San Gotardo es el puerto de paso entre Zurich y Milán, por lo que su importancia como vía de comunicación ha sido históricamente clave. El Túnel de San Gotardo fue abierto en 1882 para el tráfico ferroviario y reemplazó el antiguo paso. Un túnel por carretera de 17 km se abriría en 1980. Un segundo túnel ferroviario a través del macizo está siendo construido en la actualidad, el que será el túnel más largo del mundo, con 57 kilómetros de longitud. Aunque nosotros usaremos la vieja carretera. Ya queda poco. Le tengo ganas a este puerto. Imagino 10 km por la mítica Via Tremola, ese tramo adoquinado que está considerado como el monumento más extenso de Suiza. Ese tramo de puerto adoquinado con el que yo había soñado tanto tiempo. Está bien esto de dejar lo mejor para el final. Cuando las fuerzas se agotan y ya solo tiras de coco, el deseo de descubrir algo verdaderamente singular hace que llegues arriba.

Desde Airolo espero los adoquines y éstos no llegan, por un momento temo haber cogido la carretera del Tunel, pero pronto un par de tramos cortos empedrados me recuerdan que estoy en el buen camino. Tras un último desvío hacia el túnel llega el adoquín, que ya no nos abandonará hasta el final. Un tramo de poco más de cuatro kilómetros de pavés lisito y muy bien colocado que no dificulta en exceso la escalada.

Regreso al pasado
Mientras estamos ya en plena via Tremola se produce un momento mágico, de esos de regreso al pasado. Un instante en el que dos momentos pretéritos distantes entre sí en el tiempo se solapan ante nuestros ojos. Coches de época descapotables nos adelantan, y poco después todo el tráfico debe detenerse porque aparece un carromato de caballos del siglo XIX, donde solían viajar los mensajeros y llevar el correo entre los dos valles. Sus conductores y los pasajeros nos saludan. Toda la Via Tremola de bajada es para ellos. Una nueva atracción turística que nos permite saber que San Gotardo no es un puerto cualquiera, no es una subida cualquiera. Al contrario, con toda probabilidad es uno de los pasos con más historia de todos los Alpes.

Antes de coronar vuelve esa sensación que ya he tenido otras veces: querer finalizar un puerto, detener ya el sufrimiento, y al mismo tiempo, no desear que la etapa y que esta semana en los Alpes acabe. Los kilómetros de regalo, no excesivamente duros, por la Via Tremola, se convierten en una larga despedida.

San Gottardo, se acabó nuestra aventura.
Una vez arriba vemos de nuevo algunos de los viejos amigos que hemos conocido por el camino. El danés, los hispanosuizos, los italianos. Objetivo conseguido. Arriba nos quedamos con las ganas de visitar el Museo deSan Gotardo, que nos daría mucha más información de toda la historia que este puerto tiene tras de sí y que en este artículo sólo he esbozado. Pero el día ha sido largo y tenemos que regresar hoy mismo a casa. Me quedo con las ganas de volver y conocer en detalle la historia del puente del diablo y su derrota frente a San Gotardo, el Santo que dio nombre no sólo a este paso sino a todo el macizo.

El descenso lo hacemos por una amplísima y rapidísima carretera que, como en el Nufenen, casi hace reventar el cuentakilómetros. Estamos ya de vuelta unas horas más tarde y con el convencimiento que habíamos hecho lo que teníamos que hacer. Una etapa como esta no se hace todos los días. Ni todos los años. 110 kilómetros memorables en un día perfecto con tres puertazos que son un lujo, cada uno en lo suyo.

Seguro, la etapa del San Gotardo es mucho más que la Via Tremola, mucho más que 3.000 metros de desnivel, mucho más que pedalear sobre el túnel más largo del mundo, mucho más que una parte de la historia de Suiza. Vale la pena vivirlo. Hoy mis amigos me lo agradecen.

lunes, agosto 27, 2012

Suiza, la llamada del silencio


(Artículo publicado en el n.51 de la revista Pedalier)

“La llamada del silencio” es el título de una película que relata la historia de la cara norte del Monte Eiger. Una pared vertical de más de 1.800 metros que ha supuesto uno de los principales retos de los escaladores de todo el mundo. Eso (¡obviamente!) no se puede escalar en bicicleta, pero para todos aquellos que amamos la montaña, el Ogro (que es lo que significa Eiger) es algo muy especial que merece la pena que no te lo cuenten y verlo y vivirlo en primera persona. El Eiger es la montaña que preside el paisaje de la subida al Grosse Scheidegg, una subida mucho más conocida para los amantes del cicloturismo.


Por una vez, no era una montaña para escalar en bicicleta el principal objetivo de mis vacaciones cicloturistas. Alrededor de ella organizamos nuestro recorrido. Suiza tiene tal cantidad de subidas de entidad y de una belleza paisajística tal, que no resultó difícil montar varias etapas sin tener que movernos demasiado de la zona de Grindelwald, espectacular mirador de montañas que superan los 4.000 metros de altitud. Poco más de 10 horas de viaje en coche y ya estábamos en la ciudad de Kerns, un pequeño pueblo entre Interlaken y Lucerna, donde iniciaríamos nuestra aventura cicloturista.

Prólogo: Acherli. 
Nos instalamos como digo cerca de Kerns. Para ir abriendo boca tenemos una subida interesante desde la propia ciudad. Se trata de  la subida a Acherli. Nada, un puertecito de 8,8 km al 10,1% de media. Digamos que  para ir probando el piñón de 30 dientes que me acababa de poner atrás por lo que pudiera pasar estos días alpinos. Si con 34 delante y 30 detrás no podía subir lo que me propusiera quizás debería pensar en cambiar de deporte.

Una carretera estrecha y solitaria con algunos tramos panorámicos corona sin un final muy determinado, iniciando el descenso de la otra vertiente, que llega a Dallenwil.  Poco después de concluir la rampita del día regresamos al hotel donde ya están instalados dos amigos que nos acompañaran en la primera etapa, son nada menos que Ángel Morales y Iñaki “Kulak”, que en su largo periplo por los Alpes este verano han conseguido cuadrar su agenda con la nuestra. Ángel conoce esto como la palma de su mano y de hecho nos había estado recomendando todo lo que no debíamos perdernos. El reencuentro con viejos amigos de la misma afición no puede más que derivar en una cena repleta de puertos, carreteritas por descubrir, subidas desconocidas, salidas pendientes, montañas, montañas, montañas… ¡Fantástico!


Primera etapa: Glaubenberg, Glaubenbielen y Melchsee Frutt. 
El programa que nos ha preparado Ángel (modificando un poco nuestra previsión inicial) es una etapa circular con las ascensiones a Glaubenberg y Glaubenbielen. Dos subidas sin demasiada repercusión mediática (aunque este mismo año 2012 han sido incluidas en la Vuelta a Suiza, ver perfil adjunto) pero muy duras, como no podía ser de otra forma en Suiza. La vuelta supone un recorrido de 90 km, con lo que cuando llegamos de nuevo a Kerns ya llevamos unas horitas de bici, en las que cumplimos la media prevista, sobre los 20 km/hora, imaginaros las pendientes. Ángel ya tenía programado finalizar allí su etapa, reunirse con Iñaki y desplazarse a Mendrisio para subir otro cromito que le faltaba a su colección: Monte Generoso. Pero Ludwig y yo decidimos hacer una última subida a 1.900 metros a un lago llamado Melchsee Frutt, cuyo acceso nace precisamente en Kerns. Tenemos toda la tarde por delante, ¿por qué no intentarlo?

Empezamos la ascensión por una carretera estrecha y sombreada que sale de Flueli y no de Kerns. Muy recomendable y preferible a la más transitada que viene de Kerns. Tememos lo que nos espera. Son 7 km a un 10,7% de media (digamos que había subir lo de ayer, ¡pero esta vez con 100 km en las piernas!), cuya parte estelar es el principio con 4 km a una media del 11,3%, sin comentarios. Ese tramo duro se inicia en Stockalp, donde hay una barrera y un semáforo que da paso alternativo a los coches en uno y otro sentido. Obviamente no hacemos caso al semáforo (¡no podemos completar la ascensión en el mismo tiempo que un coche!) y empezamos la subida. La carretera no es excesivamente bonita ni panorámica, pero sí es estrecha, tanto que cuando los coches bajan tenemos que poner pie al suelo para dejar paso. Al llegar arriba hay una gran cantidad de turistas alrededor del enorme lago Melchsee, junto al cual hay también una estación de esquí. La carretera en sí quizás no fue muy especial, pero desde luego las vistas sobre el lago y el anfiteatro que forman las montañas a su alrededor sí que lo fueron.

El programa turístico del día incluía en teoría la visita al espectacular Monte Pilatus, a 2.132 metros, que no se puede subir en bici sino que hay que subirlo a través del cremallera con más pendiente del mundo (próximo al 48%). Al parecer las vistas sobre la cercana ciudad de Lucerna y el lago de los 4 cantones prometen ser espectaculares si el día acompaña. Pero el precio nos parece abusivo (cerca de 60 Euros al cambio) y más considerando que durante toda la semana ya tendremos tiempo de disfrutar de probablemente las mejores vistas de toda la zona.



Segunda etapa: Grosse Scheidegg, Mannlichen y el Eiger. 
Esta era la etapa más esperada, la etapa en que veríamos el Eiger. Por la mañana prontito nos trasladamos de Kerns a Grindelwald. El día es espectacular. Ni una sola nube. El plan es subir Grosse Scheidegg en primer lugar y luego veremos si subir a Mannlichen en bicicleta (un monstruo de 12 km al 10,5% de media por una carreterita estrecha) o bien si hacerlo en teleférico, mucho más rápida y relajadamente, guardando fuerzas para próximas etapas.

Teníamos la idea ese día de subir a la Jungfraujoch en el tren que parte de Kleine Scheidegg y finaliza a 3.454 metros (la estación ferroviaria más alta de Europa), en el collado que une los picos Jungfrau y Eiger, frente al glaciar Aletsch. Un tren, capricho de un multimillonario, que se hizo a principios del siglo XX y que perfora la pared del Eiger en más de 7 km de trayecto. Si el cremallera del Pilatus era caro, este tren ya no os cuento, más de 150 Euros. ¡El que vaya sobrado ya lo sabe!

Pero vamos con la bicicleta, que es lo primero que debemos afrontar. La subida a Grosse Scheidegg es una de las más bonitas que he hecho nunca. La carretera está prohibida a los coches y únicamente algunos autobuses que circulan a toda velocidad por esa estrecha y empinada carretera nos incomodan ligeramente hasta el punto, otra vez, de tener que bajar de la bici. A primera hora de la mañana la subida es sombría. Un paredón impresionante a nuestra derecha evita el sol toque la carretera. Pero ese paredón no es el Eiger no, es el Wetterhorn. El Eiger, omnipresente, se divisa a lo lejos junto al Monch. Luego nos acercaremos ahí.

La otra vertiente del Grosse Scheidegg es Meiringen, precisamente nuestro destino esa misma tarde, pero bajamos por la misma vertiente de nuevo hasta Grindelwald donde hay que acabar de decidir cómo subir a Mannlichen… al final en teleférico. Sabia decisión, puesto que nos permitirá unas vistas impresionantes sobre el trío de picos que son Monte Eiger, Monch y Jungfrau. Las vistas ya mientras subimos son espectaculares. Una red de carreteras estrechísimas da la impresión de que localizar la buena para subir con la bici a Mannlichen (2.229 metros) puede resultar complicado…. Y durísimo. Vemos algunas bicis y la envidia empieza a hacer sus efectos, aunque todo tiene su lado positivo, y el hecho de subir sin la bici, con bambas y mochila nos permite una pequeña excursión que en hora y media nos llevará a través de una cornisa panorámica impresionante, hasta el Kleine Scheidegg, punto de partida del tren que sube a la Jungfraujoch. La bajada la completaremos por el cremallera, haciendo así un recorrido circular que recomiendo hacer en el mismo sentido que nosotros hicimos. En primer lugar porque es en ligero descenso y en segundo lugar, sobre todo, porque tenemos una permanente visión de la mole del Eiger, donde uno puede imaginar a los escaladores  jugándose la vida para vencer esa pared terrorífica.

A última hora, y ya una vez en Grindelwald, nos trasladamos a Meiringen donde se reúnen con nosotros Ricardo y Ferran, que nos acompañarán el resto del viaje. Meiringen es otra pequeña ciudad volcada en el turismo de esquí y de montaña, y es especialmente famosa por sus cascadas de Reichenbach. Sir Arthur Conan Doyle escribió una aventura de Sherlock Holmes, en la cual este último fue empujado a dicha cascada, y un monumento recuerda este hecho ficticio... Tal es la fama de esta historia que hay un museo dedicado a Sherlock Holmes en la céntrica Plaza de Arthur Conan Doyle. Veremos la cascada a lo lejos el día siguiente de camino a Grimselpass.

Tercera etapa Axalp y Grimselpass-Oberaarsee. 
Este era el único día que las previsiones del tiempo eran complicadas, sobre todo a primera hora. Nos levantamos con calma, desayunamos tranquilamente y esperamos a que las nubes escampen. El programa del día incluía la subida a Axalp, una de esas rampas duras, largas y que hay que ir a buscar expresamente, porque arriba no hay nada de nada. Eso es Axalp. Había que subir luego el Grimselpass, un verdadero coloso de 26,6 km a una media del 5,8%. Y para rematarlo subir a Oberaarsee, un lago al que se llega por una carretera estrecha y de acceso restringido por uso alternativo 7 kilómetros más allá.

Axalp no defrauda y su tremenda dureza pone a prueba las fuerzas de todos nosotros. Después de la subida a Axalp mis fuerzas estaban ya justitas y quedaba la ascensión a un gigante como Grimsel que corona a 2.165 metros de altitud. Si bien la media era del 5,8 % yo veía que mi cuentakilómetros no subía de 10 km/hora. Cuando empiezo a ver que voy mal me quedan todavía más de 20 km. Pocas veces me planteo no llegar a la cima de un puerto y ésta fue una de ellas. Mentalmente descarto subir a Oberaarsee y solo contemplo llegar a la cima de Grimselpass. La visión desde abajo de las diferentes presas que caracterizan esta subida, así como algunos túneles que las bicis deben evitar, me va entreteniendo y me va marcando pequeños objetivos intermedios que ayudan a que no abandone. Al llegar arriba el café y la pasta del refugio de Grimsel me hacen cambiar de opinión y decidimos llegar a Oberaarsee.

Y ahora os digo que menos mal que lo hice. Si un día subís a Grimselpass no dejéis de alcanzar Oberaarsee. En nuestro caso conseguimos las mejores vistas de todo el viaje a Suiza. Y eso es mucho decir. En medio de una cerrada niebla algunos excursionistas ya nos avisan que arriba del todo luce un sol espectacular. En ese trayecto de 7 km no excesivamente duros vamos viendo como el sol quiere aparecer y pelea con las nubes para dejarse ver. Más abajo, un río glacial con un color surreal, refleja todo lo que pasa en el cielo. Tenemos que ir parando cada 100 metros intentando captar en una foto las increíbles vistas, pero duran sólo segundos. Esa cornisa con esas vistas sobre lagos glaciares y montañas vale por todo el viaje.

La bajada podría haber sido uno de los momentos estelares del día, si no fuera por lo que habíamos vivido en los instantes previos. Una carretera amplísima de muy buen firme en la que se pueden coger tranquilamente los 70 km/hora y disfrutar...

Una vez de vuelta a Meiringen hay que reponer fuerzas. Dudamos entre los platos típicos suizos: la fondue y la raclette. Finalmente nos decidimos por una estupenda fondue que devoramos después del desgaste de todo el día.

Cuarta etapa: Sustenpass y Engstlenalp. 

Tengo a Grimsel y Susten por puertos gemelos. El primero corona a 2.165 metros, el segundo a 2.224 metros. Ambos conectan Innertkirchen con Andermatt. Ambos son puertos espectaculares, panorámicos. El recuerdo del sufrimiento en Grimselpass el día anterior me hace tomarme las cosas con tranquilidad y la subida a Susten la hago con calma y termino pletórico. Otro puerto muy panorámico repleto de moteros durante la ascensión y en su cima, donde encontramos un túnel que da paso a la vertiente de Wassen y Andermatt. Y unas vistas excelentes sobre el glaciar Stein. Ya a punto de coronar encontramos un nutrido grupo de cicloturistas… españoles. Resulta ser el grupo de Terradiversions capitaneados por Ángel, en plena ruta XLSwiss, que han estrenado este año, y que están disfrutando de esa vista espectacular. Cambio de impresiones, nos deseamos suerte y ya estamos de nuevo en marcha para coronar y hacer la foto de rigor.

De nuevo las fuerzas están mermadas y quizás el más flojo de todos, que soy yo, animo al resto a intentar otra de las subidas que Ángel me había recomendado encarecidamente: Engstlenalp. Se empieza en un desvío desde la misma carretera del Susten, con lo que por lo menos no perderemos el tiempo con traslados innecesarios. Los primeros kilómetros del Engstlenalp son muy duros y el calor aprieta de lo lindo. Llegamos a la caseta de peaje, donde los vehículos a motor tienen que retratarse, mientras a nosotros nos suben la barrera gentilmente. Unos kilómetros de llano por una carretera estrecha y preciosa que va directamente a buscar el refugio del final de la ascensión y que curiosamente se halla a muy pocos kilómetros de uno de nuestros destinos en la primera etapa: Melchsee Frutt. Sólo que al otro lado de la montaña.

El final es de nuevo muy duro (5 km a más de 9 %) y mis compañeros de ruta no me dirigen a palabra. Les he convencido de subir ahí y mientras yo apuro el masoquismo, ellos interpretan el sufrimiento extremo como un regalo mío envenenado. Menos mal que al coronar, la satisfacción y las vistas recompensan por todo lo que hemos pasado. Bajamos ya con la satisfacción del deber cumplido y de no haber cedido a la comodidad.

Recogemos los coches en Innertkirchen y para llegar a Andermatt, nuestro próximo destino, volveremos a subir el Grimsel que ya subimos ayer, pero esta vez en coche. Un regalo que nos ofrece el destino, poder coronar el Grimsel en un día claro y soleado. Las vistas desde la cima son extraordinarias y observamos, a lo lejos, una carretera increíble, de las que causan excitación a los cicloescaladores. Resulta ser el Furka, que a partir de ahora pasa a formar parte de mis puertos favoritos sin ninguna duda. Casi al nivel del Stelvio, imaginad lo que digo.

Desde Grimsel hay que bajar 12 kilómetros hasta Gletsch y ahí o bien se sigue bajando hasta el pie del Nufenen o bien podemos subir a Furka (nuestra opción) y continuar hasta Andermatt. Mañana desandaremos el camino, pero en bicicleta. Se trata del último y definitivo día.


Quinta etapa: Furka, Nufenen y San Gotardo. 
La etapa reina. Una ruta verdaderamente clásica que todo cicloturista debería recorrer. Y si el tiempo soleado acompaña las vistas son de las que se recuerdan por mucho tiempo. 110 kilómetros en una etapa perfecta en la que hay mucha dureza y muchos kilómetros de bajada. Una etapa que da también para conocer algo más de la historia de Suiza y la importancia histórica de puertos como el San Gotardo. Es una etapa que no os podéis perder. Mucho que contar sobre ella en otro artículo.

Suiza es un paraíso para el cicloturismo, y eso que nos hemos limitado a una zona muy concreta del país, muy cerca de su centro geográfico. Nos hemos cruzado en estos días con muchos cicloturistas de todo tipo y de todas las nacionalidades. Y estos no son puertos míticos de Giro o de Tour, no hemos visto a nuestros ídolos subirlos por la tele. Pero esos puertos forman parte del corazón de los Alpes. Hay que subirlos, no hay más remedio.

Como siempre, aún no he terminado el viaje y mientras escribo unas lineas y lo saboreo unos días más, ya estoy imaginando todo lo que estaba ahí cerca y no he podido visitar o subir. En bici, a pie, escalando, en teleférico, en cremallera o en tren, me da igual.

Paisajes impresionantes, puertos panorámicos, ascensiones durísimas con desniveles superiores a los 1.500 metros. Vistas surrealistas por encima de un mar de nubes y los glaciares parece que debajo de ti.

Pero de todo lo vivido me quedo con el Eiger. Esa montaña que, como dice Joe Simpson, el narrador de la película “La llamada del silencio”, “tiene cierto poder hipnótico, un ambiente verdaderamente escalofriante, una presencia peturbadora. Una pared de 1828 metros de piedra y hielo donde nunca llega el sol y a la que afectan todas las tormentas que entran en los Alpes.  Un lugar donde el tiempo cambia a una velocidad vertiginosa”.

Una de las estaciones del tren de la Jungfraujoch es Eigernordwand. No es más que un ventanuco en medio de la pared del Eiger, un recurso para escaladores avezados (o suicidas) y para los equipos de rescate que en ocasiones han de acudir a socorrer a alpinistas con problemas. Y aquí me vine a la memoria lo que me pasa cuando alguna vez llego a la cima de una montaña con mi bici y veo gente que se prepara para tirarse en parapente: Pienso: ¿Quién está más loco? ¿Ellos o yo? En el caso de los escaladores del Eiger, lo tengo claro. Están más locos ellos.