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domingo, mayo 14, 2006

63 , un 18 con el 23

(Artículo publicado en el número 9 de la revista Pedalier)

Cuando llegó ya sabíamos que al día siguiente no habría tranquilidad. Él, por mantener su estatus de exprofesional y de Master 60 en plena forma. Nosotros, por no dejarnos superar por un hombre de 63 años que, por mucho que compitiera, nos sacaba 10 años al mayor del resto, 20 años a varios de nosotros y hasta 40 años al más joven del grupo.

La ruta prevista para el día siguiente incluía el Llac de Sant Maurici, un puerto duro de verdad como visteis en el número anterior de Pedalier, un puerto pirenaico que se las trae, con rampas de hasta el 18%. Por eso, cuando Juan dijo que vendría con un 23 atrás, más de uno pensó que no iba a subir ni Llac de Sant Maurici ni más de un puerto de los que teníamos previstos ese fin de semana (Cantó, Lessui, Boi Taull, etc.). Claro que contábamos con el pundonor y el coraje de un personaje como Juan, pero con determinados desniveles se trata sencillamente de un problema de imposibilidad física.

Por la noche, en la cena, escuchamos sus historias de su época de profesional, a finales de los 60 y principios de los 70. Profesional, además, en el extranjero, en una época que no era en absoluto habitual salir fuera a correr. Pionero en disputar esas clásicas del norte con frío y lluvia. También nos contaba sus accidentes, uno de los cuales casi le impide volver a coger la bicicleta. Sus problemas con los facultativos, los consejos no siempre oportunos de un médico que no es consciente de lo que significa la bicicleta para alguien que ha corrido toda su vida. En fin, Juan era la novedad para los habituales y, por supuesto, se convirtió en el protagonista de la velada.

Como buen profesional, Juan nos sorprende por la mañana al presentarse muy abrigado. Esa manía de los pros de salir de largo incluso en verano, de ir abrigados hasta el agobio, mientras que el resto de los mortales preferimos pasar un poquito de frío por la mañana. Íbamos de corto, aunque con manguitos y chaleco. El, en cambio, iba con coulotte largo, su maillot de manga larga, sus guantes de invierno.

El acercamiento al Llac de Sant Maurici se realiza por una carretera ancha, con buen piso y buen arcén, adecuada para pasar a relevos rápidos. Ahí ya, solo salir, se empieza a montar una buena escabechina. Y cómo no, Juan el primero dando guerra… Supongo que la táctica incluía el desgaste de los jóvenes en el llano…

En cuanto tomamos el desvío para el pueblo de Espot, la carretera sigue siendo ancha y con buen piso. Un par de carteles de tráfico nos amenazan con el 10% de desnivel, pero la sensación que uno tiene por el momento no es de estar subiendo ese porcentaje. Las hostilidades no se rompen de momento. Pero pasado el pueblo de Espot empieza la zona complicada de verdad. Hay un kilómetro con un desnivel medio del 10,8%, y con rampas de hasta el 18%!

Yo estaba subiendo aquello y al principio intentaba mantener el 42x25, en “solidaridad” con Juan, para mantenerme en igualdad de condiciones pero, claro, una cosa es ser solidario y la otra es ser medio bobo. Yo llevaba el platito de 30 dientes, esperándome, ahí, para poder subir aquello dignamente. Hasta que lo puse, claro que lo puse.

Pero cómo es posible que este hombre esté subiendo esas paredes con el 23!!! La verdad es que ni siquiera podía hacer lo que pretendía, ir en zigzag, puesto que los taxis (en forma de Land Rover) que suben y bajan de Sant Maurici no paraban de pasar a toda velocidad, en las dos direcciones, ocupando la casi totalidad de la estrecha carretera que lleva hasta arriba.

Hasta el momento que puse el platito salvador tenía a Juan ahí delante y pensaba “Se baja”, “Ya está listo”, “Lo cojo”, pero pasaban los metros y a pesar de tenerlo realmente cerca no conseguía darle alcance. Ya sabéis los segundos que pueden suponer una distancia corta en una subida. Se me fue yendo, se me fue yendo… hasta que lo perdí de vista.

A partir de la barrera que hay a 4 kilómetros de la cima, los desniveles ya se vuelven más humanos y la escalada se hace más cómoda. Pero ya no podría alcanzar a Juan. No sé exactamente cuál es su terreno favorito, pero me dí cuenta que si lo hubiera podido alcanzar habría sido en lo más duro. En los descansos aprovechaba para apretar.

¡Bravo Juan! Ya estamos arriba. El abuelo se merecía algo más que un apretón de manos. Incluso los que llegaron delante de él no consiguieron sacarle gran ventaja. Pero me dio la sensación que todos estábamos contentos: los más adelantados por subir los primeros, Juan por haber estado en la media, yo por haber estado cerca de Juan, y los demás por haber coronado… Hicimos las fotos de rigor, pero a finales de abril, a más de 2000 metros el frío no permitía muchas alegrías. Nos abrigamos, comimos y para abajo.

La comida del último día fue todo un augurio de lo que podemos esperar de él en un futuro. Ya nos estaba preguntando sobre las próximas marchas en las que íbamos a correr. Si íbamos con la familia o no, qué kilometraje habíamos previsto. Seguro que lo pasó bien con nosotros. Si quería apretar, podía hacerlo tanto como quisiera, tenía a la gente joven por delante. Si quería ir tranquilo, nos tenía a un buen grupo detrás.

Posiblemente pensó que ha llegado el momento de la reconversión de un exprofesional, de un competidor nato, en un cicloturista de nivel. El momento de disfrutar un poco de la bicicleta, sufriendo si hace falta. El momento de entregar el testigo a su hijo Juan Carlos, en el equipo Andalucía Paul Versan y con posibilidades de pasar a profesionales el año próximo.

Quizás hayamos perdido un gran competidor, pero hemos ganado un compañero de nivel para las salidas más exigentes. Juan, ven cuando quieras, te esperamos, que tipos con coraje como tú no sobran.

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