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lunes, mayo 05, 2008

El anacronismo de la París Roubaix



La clásica más dura, "La dura de las duras" como reza el cartel que anuncia la París Roubaix junto al propio velódromo. Una prueba de otro tiempo, puesta en cuestión durante años, pero que de nuevo vuelve a estar de moda. Por eso, ya que estábamos en Flandes, no podíamos dejar pasar la oportunidad de acercarnos a Roubaix, territorio casi flamenco, y que ha visto numerosas victorias belgas. De hecho más que francesas.

Uno mitifica lugares que vistos de cerca no responden a la expectativas creadas. El velódromo de Roubaix es uno de ellos. Ni siquiera está bien señalizado en la propia ciudad. Roubaix se confunde con Lille, no es más que un suburbio. A duras penas, a medida que nos acercamos, vemos carteles de "Parc des esports". Nada hace pensar que un fin de semana de abril de cada año, el velódromo de Roubaix es el centro del ciclismo mundial, final de uno de los monumentos ciclistas más importantes.

Dando un paseo por todo el complejo deportivo, un soleado domingo por la tarde, uno se da cuenta del uso social de todo el complejo deportivo. Múltiples campos de futbol, los niños jugando en la pista del velodromo, donde unicamente una niña pequeña rueda con su bicicleta. La pista es de cemento, nada que ver con las carísimas y modernas maderas que visten los velódromos modernos. El cemento no necesita ningún mantenimiento, soporta todo.

En uno de los accesos al recinto deportivo, cerrado por cierto, se encuentra uno de los detalles ciclistas más significativos de todo el recinto, por no decir el único. Es un adoquin gigantesco, sobre un pedestal que reza “El adoquín, emblema de la carrera ciclista Paris Roubaix, colocado con ocasión de la 100a edición de la prueba, el 14 de abril de 2002. Ofrecido por los Amigos de Paris Roubaix y la ciudad de Roubaix”. Justo enfrente de ese acceso al recinto está el Bar “Au Pave”, sede del Velo Club Roubaix.

Ese es el acceso que toman los ciclistas para entrar al velódromo, después de recorrer el último tramo de paves, unos metros antes, poco antes de que rompan 90 grados a la derecha para enfilar hacia el velódromo. Se trata de un tramo de 300 metros, catalogado con una sola estrella por la organización. Un tramo simbólico, con un adoquín moderno y carente de dificultades. Un día normal, ese tramo está ocupado por coches mal aparcados. Ni siquiera soporta el tráfico rodado. Nada hace pensar que es el último escollo de una clásica centenaria y un monumento ciclista: la mítica París Roubaix.

Probablemente un domingo por la tarde no es el mejor momento para palpar la épica de un lugar mítico del ciclismo enclavado en un parque de deportes municipal, que tiene como evento principal un vulgar partido de futbol . El Bar del recinto aloja multitud de trofeos del torneo de fútbol más anónimo. Y sin embargo ni una sola imagen, ni un solo poster, ni una sola placa para la París Roubaix.

Con estos antecedentes, a quién le puede interesar visitar los vestuarios del velódromo? Quién puede querer ver las placas de las duchas, que recuerdan cada uno de los vencedores de la Roubaix? Seguramente a muy pocos. Solo a los amantes de la historia del ciclismo. Pero esas duchas son el ejemplo perfecto de la fusión del deporte actual superprofesionalizado, con la épica del deporte de hace dos siglos. Por eso los grandes campeones, cuando llegan a Roubaix no se duchan en los lujosos autobuses de sus equipos, sino que van a las duchas del velódromo más famoso del mundo.

Por eso, a pesar de la decepción, a pesar de no poder más que ver el propio velódromo y el gigantesco adoquín de una entrada, a uno le queda la nostalgia de las imágenes que cada año vemos por televisión. Y los años venideros, cuando vea el final de la clásica más dura, seguiré imaginando el velódromo más grande, más glamuroso, con más gente. Al fin y al cabo, forma parte de la historia del ciclismo.

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