Cuando uno sabe que tiene que ir a Irlanda a finales del mes de Enero lo último que se le ocurre es pensar en salir en bicicleta por ahí. A no ser que uno esté seriamente enfermo de este mal que nos afecta a muchos y que nos impide dejar de salir en bicicleta incluso en los días más fríos de invierno.
Irlanda, el país de la cerveza Guinness, de los tréboles, de James Joyce, de los acantilados de Moher, del whisky (whiskey escriben ellos) Jameson, pero, sobre todo, el país de la lluvia. Quién me iba a decir que la suerte me acompañaría una vez más y no vería una gota de lluvia. ¿O será que el cambio climático tiene algo que ver con todo esto?
Durante el viaje recordaba a Sean Kelly y Stephen Roche, los ciclistas históricos del país, vencedores de las principales pruebas del mundo. Stephen Roche, ganador de Giro, Tour y Mundial un mismo año, qué barbaridad. Y ahora tiene una empresa de cicloturismo en Mallorca. Otra isla pero con un clima un poco diferente. No sabes nada, Stephen...
Pensaba también en que el Tour de este año 2007 empezará en Londres, después de las visitas a Inglaterra de la ronda francesa en 1974 y 1994 (con la histórica victoria de Cabello en Brighton y la mítica contra reloj por equipos pasando por el Eurotunel). Y también la visita del Tour de 1998 a la misma Irlanda.
Y es que Irlanda es un país muy adecuado para moverse en bicicleta. Y Dublín, una ciudad que se mueve con los autobuses de dos pisos, con el tranvía (el LUA) y con la bicicleta como importante medio de locomoción.
Una ciudad totalmente llana, muy adecuada para el uso de la bicicleta, Y hay que reconocer que las facilidades que ofrece para circular son extraordinarias. Qué montón de kilómetros de carril bici perfectamente señalizado, a la izquierda del carril bus, con la obligación de los vehículos de ceder el paso a los ciclistas. Un carril bici en cada sentido de la marcha, sin problemas con los peatones, aún cuando el carril bici se sitúa en la acera. Sana envidia me corroe.
Son cientos y cientos los ciclistas anónimos, de todas las edades, los que diariamente se desplazan al trabajo en sus bicicletas, desafiando el frío y la lluvia, con sus chalecos reflectantes. Bicicletas de todo tipo, entre las que destacan las de la marca Raleigh, el fabricante de bicicletas británico por antonomasia. ¿Quién no recuerda el mítico equipo (holandés) Ti Raleigh?
Antes de irme a Dublín estuve buscando en Internet alguna posibilidad de alquilar bicicletas allí. Encontré la céntrica tienda Cycleways.com. Sin embargo, no había bicis de mi talla, y de allí me dirigieron a la UCD (que nadie se asuste, es la University College Dublin) una Universidad privada con un campus impresionante, con una pequeña tienda de bicicletas destinada principalmente a sus estudiantes, y que esconde en su trastienda una empresa de turismo activo (http://www.cyclingsafaris.com/ ), que tiene diversas rutas en bicicleta por Irlanda, y también por toda Europa. Pero ninguna de ellas se proponía para el mes de Enero, claro…
Es curioso, será por la proximidad que uno siente hacia aquel que practica un deporte minoritario como el nuestro, pero uno se siente arropado cuando entra en una tienda de bicicletas. Ya sea de Barcelona o de Dublín. Se establece una especie de nexo que va más allá de la relación tienda-cliente. Tanto en Cycleways como en la tienda del Campus. Y quiero pensar que esa atención no fue fruto de la compra de un maillot de Irlanda. Especialmente amable y divertido fue Rob, en la tienda de la UCD. Nos hicimos un hartón de reir con su típico humor inglés, y encima, todos mis requisitos sobre la bici, cada vez más exigentes, se iban cumpliendo como por arte de magia.
El caso es que finalmente conseguí una bicicleta mejor de la que esperaba. Me había hecho a la idea de hacer una ruta larga con una bicicleta de montaña, incluso con guardabarros, con el pie suelto o como mucho con calapié de cinta. Pero de repente Rob me sorprendió con una Giant Scr 3.0, con un grupo Shimano Sora (de 8 velocidades), incluso con pedales Shimano Spd. Más de lo que imaginaba.
Había planeado desde casa hacer una ruta que incluyera la subida a Sally Gap, un lugar relativamente cerca de Dublin (a unos 30 kilómetros) y que de hecho es la encrucijada más alta del país, a 497 metros de altitud. Una subida con tramos muy duros y kilómetros enteros al 10%, pero que no parecía inasequible, incluso en un principio de temporada con pocos kilómetros como yo llevaba.
El poco tiempo para preparar la excursión hizo que no pudiera contactar con un guía que me llevara por la zona, o sea que emprendí la marcha con la única indicación de que mi destino era Sally Gap y estaba al sur de Dublín. Cada vez que preguntaba a algún transeúnte cómo llegar me encontraba con un denominador común: todos a los que preguntaba habían estado alguna vez en España (Málaga y provincia se llevaba la palma) y todos consideraban de locos ir a Sally Gap (“it’s fucking crazy” fue la perla que me soltó un chaval). Como quiera que, además, los pueblos no están señalizados como cualquiera podría pensar, con el cartelito a la entrada, pues andaba más perdido que nunca. Unicamente las iglesias, los conventos y los campos de golf, numerosísimos todos ellos, me orientaban ligeramente.
Otro recurso era encontrar por el camino a otros ciclistas que se dirigieran hacia allí. Sin embargo durante la aproximación no ví más que a un ciclista que no se mostró muy entusiasmado con mi propuesta, aunque el día invitaba a hacer una salida larga. Únicamente llegando arriba me crucé con algunos ciclistas más, pero entonces ya no necesitaba guías, sólo oxígeno.
Cualquiera podría esperar de Sally Gap un lugar verde, frondoso, pero nada de eso. Una vez se superan a la salida de Dublín unos kilómetros bastante duros, uno se topa con una especie de meseta llena de bosque bajo de matojo, de un color parduzco muy poco seductor, con zonas pantanosas. Únicamente unas ovejas atravesando la carretera recuerdan el país en que estamos.
En el inicio de la subida lucía un sol que ponía en duda que estuviera en Irlanda, aunque el día se iba estropeando a medida que iba ganando altura. Al coronar Sally Gap el día se había convertido en gris y el principio de la bajada me recordó que estaba en el mes de Enero. Con manos y pies helados regresé a Dublín y me topé de nuevo con la gran ciudad.
Todo el miedo que tenía al hecho de circular por la izquierda se apagó de golpe al empezar a pedalear. Es curioso lo fácil que resulta acomodarse a las nuevas condiciones que se nos imponen. Sufría por si en la primera rotonda me iría hacia la derecha, pero en pocos minutos me ví circulando con una naturalidad soprendente. El único problema lo tenía una vez en la ciudad, circulando entre coches, cuando tenía que girar a la derecha desde mi carril bici.
Irlanda puede ser un país muy adecuado para descubrir en bicicleta por libre, pero allí también hay marchas cicloturistas tal como aquí las entendemos. En la zona de Dublín, una de las más conocidas (más de 1.000 participantes en 2006) es la Wicklow 200, una prueba que atraviesa todas las montañas de Wicklow, al sur de Dublín, donde se hallan las fuentes del río Liffey, que atraviesa la capital. En su recorrido se incluyen, entre otras, las subidas a Sally Gap y a Wicklow Gap, que se dió a conocer al mundo ciclista al subirse en la primera etapa del maldito Tour de 1998. Podéis encontrar más información en: http://www.wicklow200.ie/
Otra prueba muy conocida es el Ring of Kerry, una ruta superturística y muy recomendable (también en automóvil) en el todavía más lluvioso oeste del país. Se trata de un anillo con principio y final en Killarney atravesando en 180 km los estremecedores paisajes de la Irlanda más occidental. Lagos, acantilados, castillos…, como para perdérselo. Una buena excusa para volver a Irlanda, sin duda.
Pruebas, como digo, similares a nuestras marchas cicloturistas, pero con una diferencia sustancial, común al resto de marchas que se disputan en el Reino Unido. Allí estas pruebas suelen tener fines benéficos. Cada participante busca un sponsor y colabora realizando una donación mínima en el momento de la inscripción. Bonita manera de hacer deporte y no con el afán especulativo que impera en algunas marchas de nuestro país. Quizás podría ser un modelo a imitar. Las recaudaciones de las marchas serían mucho mayores, sin duda, y sería un aliciente para muchos de nosotros.
Cuántos alicientes, cuánto por descubrir. Y además el único país británico que adoptó el Euro. Nos lo ponen fácil. Irlanda, parece mentira. Un país con sólo un 10% de la población de España, pero del que podemos aprender tantas cosas…