lunes, abril 03, 2006

El Tour de Flandes, cicloturismo en estado puro


Antes de la salida, habíamos empaquetado las bicis en cajas de cartón, de las que contienen las bicicletas cuando vienen de fábrica. Pedales y sillín desmontados, manillar aflojado y pasado por debajo del cuadro, el buje de la rueda delantera desmontado y protegido, al igual que la horquilla delantera... En fin, cualquier precaución es poca, visto cómo tratan los paquetes en los aeropuertos. Además, nos informaron al facturar que no admiten las bicicletas en bolsas blandas, o caja de cartón como nosotros o bolsa dura. Ojo al dato, como diría aquel.

Me sorprendió no ver más bicicletas mientras facturábamos. Tampoco me pareció ver en el mismo avión más gente de características parecidas a las nuestras, qe se desplazaran a Bélgica a correr y a ver el Tour de Flandes. Más bien eran mayoría los belgas que regresaban allí. Me parece que es una lástima lo poco que se valora en nuestro país un evento de primerísima magnitud como el Tour de Flandes y las clásicas en general. Con decir que el Tour de Flandes profesional reúne a un millón de personas en las carreteras flamencas, me parece que está dicho todo.

A la llegada en el aeropuerto de Bruselas, todo perfecto. Hay un lugar dedicado exclusivamente a los equipajes de grandes dimensiones, o sea que todo previsto, las cajas en perfecto estado y la bicis a punto de ser montadas. Fuimos a recoger un minibús Opel Vivaro que cumplió su función a la perfección. Las bicis cabían exactamente en su maletero. De allí nos fuimos a Ninove para intentar encontrar sitio en el autobús que lleva a los corredores a Brujas para hacer la marcha larga de 270 km, pero no había sitio. Menos mal!

En la marcha mediana (140 km), que era la que íbamos finalmente a hacer, el horario de salida era libre entre las 7,30 y las 10,30. Nosotros nos encantamos un poco, y entre que bajamos de Bruselas (a 25 km de Ninove), que aparcamos (¿os imagináis 15.000 ciclistas y sus acompañantes?) nos situamos en el Instituto Tecnológico Provincial y nos vamos a la salida, pues salíamos que eran las 9,30. No estábamos seguros de que no hubiera ningún chip y control de tiempos, pero resultó que no, aunque luego entenderíamos por qué.

Al principio, algunas sorpresas al ver a gente sin casco, muchas bicicletas con guardabarros, también vimos maillots históricos de equipos españoles ¡! (Zahor, Seur), por no hablar de las indumentarias más insólitas que uno pueda imaginar, y muchos, muchos, kilómetros por el carril bici, imposible hacerla con tiempos tipo marcha ciclodeportiva a la que estamos acostumbrados aquí en España.

En estas que empieza a llover. Ya está bien, estamos en Flandes, y un Tour de Flandes sin lluvia ni viento no es ni clásica belga ni es nada. Pero lo malo es que llovía y llovía y no parecía que tuviera ganas de parar. Algunos incluso paraban y otros daban media vuelta. Aunque ninguno de ellos parecía local, éstos me parece que están acostumbrados a hacer más de una marcha enterita lloviendo.

Había estado soñando con el primero de los muros que nos encontraríamos. Cómo sería, cómo lo afrontaría, sentir el pavés bajo mi culo. Lo único que tenia claro es que el pavés hay que afrontarlo por el centro (por la espalda de burro, como le llaman los italianos). No tenía claro ni siquiera cómo tenía que hinchar los neumáticos. El día anterior no nos poníamos de acuerdo entre los compañeros, pero ya os avanzo que me parece que tomé la decisión acertada con una presión moderada (8 y 7,5, en lugar de los 9 a que hincharon otros). No sé si esta receta sirve para la París Roubaix, pero por lo menos para el Tour de Flandes creo que sí.

Así que encaramos el primer muro (Molenberg) y me encuentro con la desagradable sorpresa que el tráfico no estaba cortado. Esto, claro, en una pista de no más de 3 metros de ancho significa un verdadero problema... o sea que menos mal que la furgoneta que encontramos circulaba en nuestra misma dirección, porque si llega a hacerlo en dirección contraria, se hubiera armado una buena. Muro con adoquines de solamente 325 metros de longitud, pero con rampas del 17%, pongo el tercer plato y para arriba. No era tan fiero el león. Viendo cómo funcionaba esto, debo decir que en un par de muros me permití subirlos con el 42-25, en lugar de con el 30, y ningún problema.

Un aspecto que no me gustó es el hecho que los muros no están identificados. Los que no estamos acostumbrados a rodar por esas carreteras agradeceríamos el cartelito abajo indicando dónde nos dirigimos, incluso los desniveles que nos esperan, y también los carteles arriba, donde poder hacer la foto-recuerdo, por qué no...

Que no se podía buscar un buen tiempo nos lo acabó de confirmar el hecho tener de parar antes del paso de un río poco antes del primer control en Oudenaarde. El puente estaba levantado para el paso de las barcas!!! Parón y reagrupamiento de un montón de gente. Y justo al otro lado del río había el control de sellado y avituallamiento. Y nuevo parón. Si alguien se queja de que en alguna marcha de aquí tiene que esperar un poco, aquí era para ponerse de los nervios. Sin exagerar, estuvimos más de media hora para poder sellar y pasar por una carpa donde estaba concentrado el avituallamiento

Una vez pasados los dos primeros muros y el control sabíamos por el perfil que había un tramo de transición. Allí circulamos por un carril bici, obviamente a una velocidad limitada que permite ir contemplando el paisaje. De pronto, a la izquierda, observamos un paredón adoquinado lleno de gente, iluminado por el sol y con un arco hinchable arriba. Nos miramos, nos preguntamos qué es y al poco tiempo vemos un desvío, en el otro lado de la calzada que pone Koppenberg, que sería el verdadero hueso del día.

Pero todavía faltaba pasar el Oude Kwaremont, un muro muy largo (2,200 metros) totalmente adoquinado pero con no demasiado desnivel. Casi diría que mejor el adoquín subiendo que en llano, porque en el llano un tiene la tentación de dejar ir la bici, y eso es terrible, para ir sobre el adoquín hay que ir en permanente tensión y con pedaleo firme. También pasamos el Paterberg, un muro con una rampa muy dura al 20%, pero corta y que se pasa apretando los dientes.

La subida al Koppenberg llega finalmente tras una curva a derechas. Miras hacia arriba y ves un montón de gente caminando y piensas que será complicado pasarla, pero triple y para arriba. Lo malo era el estado del suelo. Empiezo a sospechar que mantener el equilibrio entre el barrillo y los adoquines será más complicado que la propia pendiente en sí. Total que antes de que aparezca lo peor (el 22%) ya he bajado de la bici. Qué pena más grande, únicamente me consuela saber que ni siquiera Bettini (sí, como lo leéis) pudo subirlo ese día, tal como decía la prensa del domingo. Incluso estaba previsto que pasaran los bomberos para regar el muro e intentar desprender la capa de barro que hacía deslizar las cubiertas. En el Koppenberg encontramos a un compatriota de Huelva que estaba animando a los cicloturistas que nos reconoció por el maillot y también charlamos con algunos belgas que se sorprendían de nuestro fin de semana flamenco. ¿Seremos nosotros los raros?

Un poco antes del segundo control nos encontramos con los profesionales del Euskaltel Euskadi, con los cuales nos hicimos una foto. Nos comentaron que habían hecho una salidita de 80-90 kilómetros para preparar las piernas. No está mal. A pesar de la juventud del equipo, al día siguiente tres de ellos pudieron acabar la carrera profesional.

Los muros se van sucediendo y casi es imposible ir contándolos: Leberg, Berendries, Tenbosse. Todos repletos de gente, todos pedalables, únicamente queda el reto del Grammont. Cosquilleo en el estómago, curva a la izquierda y muro asfaltado, que da paso al Kappelmuur propiamente dicho, con adoquines y unos desniveles de hasta el 20% que sin embargo se pueden subir al estar el suelo seco. ¿Se pueden? Pues un tipo delante de mí se para y tengo que poner pie al suelo. Llego arriba con un cabreo considerable y convenzo a los compañeros para que lo subamos de nuevo. Tardo aproximadamente medio segundo en convencerlos y tras preguntar a un lugareño cómo volver a llegar a la base volvemos a subirlo, esta vez todos juntos.

Después del Muro de Grammont y el Bosberg ya es una bajada. Puesto que el cuerpo no está demasiado castigado decidimos pegar un buen arreón y calentar un poco las piernas imitando los latigazos del rocoso Andrei Tchmil, que ganó un Tour de Flandes atacando precisamente en el tramo llano del final. Nos divertimos un buen rato pasando gente hasta que un pinchazo nos devuelve a la realidad. Francamente, con un solo pinchazo como única incidencia mecánica podemos darnos por más que satisfechos. Cabe decir que el asfalto de las carreteras belgas, más que un asfaltado convencional, se trata de grandes losas de hormigón que ocupan media calzada, con lo que en la parte central está la junta de las losas, que obliga a andar con mucho cuidado para no meter la rueda justo ahí. Si os fijáis en la tele, los bandazos que dan los pros a veces tienen que ver con este detalle. Total, que pillé una de estas juntas de pleno, pinché y aún gracias que no me caí...

Al final, nos llevamos un buen botín: diploma acreditativo (Dios mío, cómo quedó de mojada la cartulina de sellado), medalla recordatorio, camiseta, bolsa, desmontables, maillot (éste, pagando aparte, je). En fin, un buen recuerdo para un magnífico día.

Por cierto, debo decir sobre el recorrido que menos mal que se hace en una marcha con tantísima gente, porque en el laberinto de carreteras estrechas, carriles bici, cruces y cuestas sería tarea imposible encontrar la ruta adecuada yendo por libre... No sé cuántas veces vi cartelitos dirigiendo a Oudenaarde y a Brakel...

El domingo también tocó madrugón, pues había que ir a Brujas, a ver la salida de De Ronde. Está muy bien montado, puesto que la Plaza del Mercado alberga los autobuses de los equipos. Y justo debajo hay un gran parking, por lo que no resulta un problem dejar el coche. El control de firmas está en otra plaza cercana a la que se llega por la calle Steenstraat. Por lo tanto, en Steenstraat se puede ver a los corredores 2 ó 3 veces entre que van al control y vuelven. Lástima que el tiempo no acompañaba, puesto que estaba lloviendo, para variar... De pronto, nos sorprende un rugido de la gente que se va acercando a nosotros, hasta que vemos pasar a Tom Boonen, verdadero ídolo local, y gran favorito del día que más tarde confirmaría los pronósticos.

La prensa, volcada con De Ronde, páginas y páginas en los periódicos flamencos (Het Volk y Het Niewsblad) explicando los preliminares de la prueba y las dificultades de los profesionales para subir los muros el día anterior.

El siguiente destino era Paderstraat, en la localidad de Zottengem. Allí nos dirigimos desde Brujas. Nuestro contacto en Flandes (Marc Desender) nos comentó que en Paderstraat, el primer tramo adoquinado de la prueba, se había montado un túnel decorado con las caricaturas de un pintor local llamado Nesten. Muy curioso el resultado final. En las fotos podréis ver algunas de las caricaturas que allí se exponían. El túnel se situó justamente al lado de un pequeño monumento que la ciudad de Zottengem dedica al Tour de Flandes. Cuando llegamos era todavía pronto y nos pudimos hacer unas fotos dentro del túnel y al lado del monumento, pero la verdad es que después de unos minutos toda la calle se llenó de forma increíble (al final, únicamente se trataba de un tramo adoquinado, donde los ciclistas pasaban rápidamente), pero eso es el Tour de Flandes, la pasión de ciclismo por encima de todo.

La relación entre cultura y ciclismo en Bélgica es muy estrecha. El pintor Nesten es un personaje muy conocido allí. Nos decían que es el típico artista barbudo, con sandalias y un aire desaliñado. Podéis conocerlo un poco más en su página web: www.nesten.be. Un gran caricaturista con una gran afición por el ciclismo.

Al parecer, el mismo túnel artificial que se montó en el Paderstraat está previsto que se monte en la etapa del próximo Tour de Francia que finaliza en la localidad holandesa de Valkenburg, donde el circuito mundialista de 1998.

Después nos dirigimos ya hacia el Muro de Gramont. Cabe decir que esta denominación francófona es la menos conocida allí. Pienso que si preguntamos por ella, nadie sabría a qué nos referimos. Del hecho es el muro de Geraardsbergen, el pueblo que está a sus pies. Y concretamente es denominado Kappelmuur, el muro de la Capilla, puesto que arriba, como sabéis, hay una ya famosa iglesia que vemos por televisión cada año.
Lo fuimos subiendo a pie y descubrimos un monumento a las aficionados ( a los Supporters) que podéis ver en foto aparte, con una poesía dedicada, de otro artista que únicamente escribe sobre temas relacionados con el ciclismo.

Mientras esperábamos el paso de los corredores nos dio tiempo de hablar de Musseuw, o la caída del mito. El corredor que personalizaba con sus gestas el león de Flandes ha perdido su credibilidad. Sus mensajitos con el doctor Mabuse han hecho que la gente lo haya juzgado y haya dictaminado su culpabilidad. Qué pena. También profundicé en el conocimiento de las relaciones entre flamencos y valones, y entendí cómo Nuyens, Van Petegem, Devolder o Hoste eran verdaderos ídolos, y en cambio Gilbert no tenía ni siquiera caricatura en el tunel de Nesten. Claro, es valón.

El paso de los corredores confirmó el magnífico estado de Boonen, y la gente estalló. Nuestro gran favorito era Flecha que encarna la generosidad, la voluntad, la fuerza, la pasión por las clásicas, la lucha contra la corriente de las grandes vueltas. Hoy no pudo ser, pero otro día será, lo sabe él y lo sabemos todos.

La carrera venía con ligero retraso, por lo que tuvimos que salir como alma que lleva el diablo del Kappelmuur para llegar a tiempo al aeropuerto. Todo había salido a pedir de boca, solamente faltaba ese pequeño detalle de no perder el avión de regreso. Por lo pelos.

En el aeropuerto, nos encontramos con Bjarnee Riijs y con Viatcheslav Ekimov. Este último incluso en nuestro mismo avión, puesto que reside en Tortosa. También coincidimos con un grupo de madrileños que habían hecho la marcha completa (270 km) y que nos comentaban que los 130 km que hicieron de más fueron 130 kilometros de lluvia, de aire en contra y de abanicos. Pues qué queréis que os diga, menos mal que no había plazas en el autobús...

Finalmente, tras el estrés, un poquito de descanso en el avión, a reposar y a ver las fotos con tranquilidad. Vuelta a casa pensando que hemos hecho algo grande, no tanto por la exigencia física que pueda suponer la marcha en sí, sino por haber vivido dos experiencias tan grandes y, sobre todo, haber descubierto la pasión por el ciclismo en Flandes. Ahora es mucho más fácil entender a Flecha.