sábado, mayo 10, 2008

El Centro Tour de Flandes, un museo de ciclismo

En la puerta, un coche del Molteni de los años 70 da la bienvenida a los visitantes. Se trata del Centro del Tour de Flandes , situado en la localidad de Oudenaarde. Es un complejo dedicado íntegramente a la famosa clásica flamenca, que incluye:
  • el Museo del Tour de Flandes,
  • una brasería “De Flandrien” (lugar ideal para seguir las clásicas por televisión),
  • un auditorio
  • una tienda especializada en artículos de ciclismo ("De Rondeshop")

El Centro está abierto de 10,00 a 18,00 horas.

La entrada nos sitúa junto a la tienda, que merecería por sí misma ser objeto de visita. En De Rondeshop destaca por encima de todos los objetos, el maillot de verano marrón y negro del Molteni que lució Eddy Merckx, pero en la tienda podemos encontrar mucho más que ropa de ciclismo estilo retro. Encontraremos libros, juegos de mesa, todo relacionado con el ciclismo histórico en general y el Tour de Flandes en particular.

También junto a la entrada nos reciben varias bicicletas históricas que han recorrido los adoquines y los muros flamencos.

En el mostrador uno puede comprar la entrada al Museo, por unos módicos 6 Euros. En el momento de comprar la entrada tenemos la posibilidad de seleccionar uno de los corredores que han hecho historia en el Tour de Flandes (Eddy Merckx, Ritten van Lerberghe, Gaston Rebry, Briek Schotte, Rik Van Steenbergen, Rik Van Looy, Eric Leman, Walter Godefroot, Jan Raas, Eric Vanderaerden, Edwig Van Hooydonck y Johan Museeuw). Una vez entremos en el Museo, acercando el código de barras de la entrada podremos conocer detalles y anécdotas del ciclista que hayamos elegido.

El Museo es una experiencia audiovisual donde uno puede observar los detalles topográficos de los principales muros de la clásica, así como revivir en video el paso de los ciclistas en momentos emblemáticos. También podemos fotografiarnos en un fantasioso podium del Tour de Flandes junto a Tom Boonen y Peter Van Petegem. La experiencia se puede completar subiendo los principales muros en una bicicleta conectada a un simulador tipo Cardgirus sintiendo en primera persona la dureza del desnivel y el apoyo de los aficionados. Un mural con fotos de todos los vencedores permite también poner rostro a todos y cada uno de los vencedores de la clásica belga.

En pleno paseo por el Museo vemos a un tipo con uan cara que resulta familar… No cuesta demasiado reconocer a Freddy Maertens. La foto es obligada y él, muy amable, se presta de buen grado, e incluso chapurrea algunas palabras en castellano. Campeón del Mundo dos veces (en Ostuni-Italia 1976 y en Praga-Checoslovaquia 1981) y medalla de plata también del Mundial de Barcelona en 1973. Sin embargo lo primero que se nos ocurre al intercambiar cuatro palabras con él, es su victoria abrumadora en la Vuelta a españa de 1977, con 13 victorias de etapa, siendo líder de principio a fin. Un mito viviente, al que encontraremos luego cobrando los artículos de la tienda, como una quinceañera cualquiera. Un poco triste, pero es así…

Los pequeños ciclistas en plástico que vemos en la fotografía es otro detalle que emociona a los que de críos pasamos horas jugando con ellos imaginando grandes clásicas.

Pero los detalles son muchos y una visita rápida como la nuestra (el museo cierra a las 18,00 horas) no permitió descubrir muchos de ellos. No fue sino a la vuelta, viendo fotografías de otros compañeros, cuando pude apreciar más detalles como el adoquín que recuerda a cada ganador del Tour de Flandes. El de Stijn Devolder, ganador en 2008, ya estaba a punto.

Por muchas fotos que veáis y mucho que leáis, sigue valiendo la pena la visita al Centro del Tour de Flandes. Es un lugar de obligada visita para los amantes de la historia del ciclismo.

(Gracias a Luigi Candeli por algunas de las fotos)

lunes, mayo 05, 2008

El anacronismo de la París Roubaix



La clásica más dura, "La dura de las duras" como reza el cartel que anuncia la París Roubaix junto al propio velódromo. Una prueba de otro tiempo, puesta en cuestión durante años, pero que de nuevo vuelve a estar de moda. Por eso, ya que estábamos en Flandes, no podíamos dejar pasar la oportunidad de acercarnos a Roubaix, territorio casi flamenco, y que ha visto numerosas victorias belgas. De hecho más que francesas.

Uno mitifica lugares que vistos de cerca no responden a la expectativas creadas. El velódromo de Roubaix es uno de ellos. Ni siquiera está bien señalizado en la propia ciudad. Roubaix se confunde con Lille, no es más que un suburbio. A duras penas, a medida que nos acercamos, vemos carteles de "Parc des esports". Nada hace pensar que un fin de semana de abril de cada año, el velódromo de Roubaix es el centro del ciclismo mundial, final de uno de los monumentos ciclistas más importantes.

Dando un paseo por todo el complejo deportivo, un soleado domingo por la tarde, uno se da cuenta del uso social de todo el complejo deportivo. Múltiples campos de futbol, los niños jugando en la pista del velodromo, donde unicamente una niña pequeña rueda con su bicicleta. La pista es de cemento, nada que ver con las carísimas y modernas maderas que visten los velódromos modernos. El cemento no necesita ningún mantenimiento, soporta todo.

En uno de los accesos al recinto deportivo, cerrado por cierto, se encuentra uno de los detalles ciclistas más significativos de todo el recinto, por no decir el único. Es un adoquin gigantesco, sobre un pedestal que reza “El adoquín, emblema de la carrera ciclista Paris Roubaix, colocado con ocasión de la 100a edición de la prueba, el 14 de abril de 2002. Ofrecido por los Amigos de Paris Roubaix y la ciudad de Roubaix”. Justo enfrente de ese acceso al recinto está el Bar “Au Pave”, sede del Velo Club Roubaix.

Ese es el acceso que toman los ciclistas para entrar al velódromo, después de recorrer el último tramo de paves, unos metros antes, poco antes de que rompan 90 grados a la derecha para enfilar hacia el velódromo. Se trata de un tramo de 300 metros, catalogado con una sola estrella por la organización. Un tramo simbólico, con un adoquín moderno y carente de dificultades. Un día normal, ese tramo está ocupado por coches mal aparcados. Ni siquiera soporta el tráfico rodado. Nada hace pensar que es el último escollo de una clásica centenaria y un monumento ciclista: la mítica París Roubaix.

Probablemente un domingo por la tarde no es el mejor momento para palpar la épica de un lugar mítico del ciclismo enclavado en un parque de deportes municipal, que tiene como evento principal un vulgar partido de futbol . El Bar del recinto aloja multitud de trofeos del torneo de fútbol más anónimo. Y sin embargo ni una sola imagen, ni un solo poster, ni una sola placa para la París Roubaix.

Con estos antecedentes, a quién le puede interesar visitar los vestuarios del velódromo? Quién puede querer ver las placas de las duchas, que recuerdan cada uno de los vencedores de la Roubaix? Seguramente a muy pocos. Solo a los amantes de la historia del ciclismo. Pero esas duchas son el ejemplo perfecto de la fusión del deporte actual superprofesionalizado, con la épica del deporte de hace dos siglos. Por eso los grandes campeones, cuando llegan a Roubaix no se duchan en los lujosos autobuses de sus equipos, sino que van a las duchas del velódromo más famoso del mundo.

Por eso, a pesar de la decepción, a pesar de no poder más que ver el propio velódromo y el gigantesco adoquín de una entrada, a uno le queda la nostalgia de las imágenes que cada año vemos por televisión. Y los años venideros, cuando vea el final de la clásica más dura, seguiré imaginando el velódromo más grande, más glamuroso, con más gente. Al fin y al cabo, forma parte de la historia del ciclismo.