viernes, octubre 21, 2011

Las 3 Cimas de Lavaredo, y el caso de la cima robada.

(Publicado en el n.45 de la revista Pedalier)


Las 3 Cimas de Lavaredo son una de las imágenes más típicas de los Dolomitas. Su inconfundible foto ilustra la portada de muchos libros dedicados a esta cadena montañosa. Tres Cimas, Tre Cime en italiano, Drei Zinnen en alemán. Ni siquiera hace falta ponerles apellido. Las 3 cimas son mundialmente famosas. Pero ahora tengo que reconocer que después de estar allí no las vi. Y esta vez no fue culpa del tiempo o la niebla que no pudiera ver el objetivo de mi escalada. Regreso a casa habiendo visto solamente dos de ellas. La tercera desapareció.

El primer recuerdo que tengo de las 3 Cimas de Lavaredo tiene que ver con José Manuel Fuente en el Giro d’Italia, en esos Giros que disputaba con Merckx, sería el año 74. Con 10 añitos ya formaba parte de mis sueños ciclistas. Odiaba a quien se confundía y las llamaba lavadero, en lugar de Lavaredo. Qué manera de desprestigiar un destino tan singular y con tanto significado, no sólo para los amantes del ciclismo sino para los amantes de la montaña en general. No en vano las 3 cimas son también un desafío para los escaladores. Precisamente mientras preparaba este artículo murió Walter Bonatti, uno de los más grandes alpinistas de la historia, el último escalador tradicional, que tiene en su haber la escalada de la cara norte de la Cima Grande, en los años 50. Se trata de una de las grandes caras norte de los Alpes.

El destino quiso que una de mis bicicletas fuera una Wilier Lavaredo azul que me ha acompañado a tantos sitios. Hace ya un tiempo compré una Scott pero esa Wilier sigue siendo mi segunda bici, la que me llevo por ahí cuando tengo que coger el avión. El “muletto”, como le llaman los italianos al segundo coche de la fórmula 1. Me gusta llevar sobre la bici un nombre que evoca lo mejor de lo mejor del cicloturismo y del ciclismo profesional.

El Giro de Italia popularizó las 3 cimas en los años 60 y 70. En el Giro de 1967 la 19ª etapa, disputada bajo la nieve, supuso la primera vez que las Tres Cimas de Lavaredo se ascendían en un Giro. Aquel día, Gimondi cruzó el primero la línea de meta, seguido de Merckx y Motta a pocos segundos. Sin embargo, la etapa fue anulada debido a irregularidades y empujones por parte de los aficionados. En 1968 se volvió a subir y fue una de las primeras exhibiciones de Merckx en el Giro, remontando en un día gélido a todos los ciclistas que le precedían de una escapada inicial. Ese día se inició la era del Caníbal.

En el año 1974 nuestro José Manuel Fuente también protagonizó otra de sus victorias más sonadas. En 1981 fue el turno de escalador suizo Beat Breu y otro escalador imperial como Lucho Herrera ganó en 1989. Es una subida que no admite vencedores mediocres. O sí, hasta hace poco. En 2007, en un Giro durísimo donde también se subió el Zoncolan, una etapa acabó en las 3 cimas con la victoria del inefable Riccardo Riccò delante de su compañero de escuadra Piepoli, en unos días en que los corredores de Saunier Duval volaban. En fin. Sin comentarios.

Toda esta historia estaba frente a mí, cuando veníamos precisamente del Zoncolan. Habíamos dibujado una etapa en la que había una larguísima aproximación desde Paluzza, pasando por Auronzo di Cadore.

Pasada la rotonda que dejaba a la izquierda el Colle Tre Croci, que al día siguiente nos llevaría hasta Cortina d’Ampezzo, empieza propiamente la subida hacia Misurina y las 3 Cimas. Unas primeras rampas importantes nos dejan en un llano con una visión impresionante de dos picos muy juntos que luego sabríamos que eran 2 de las 3 famosas cimas. Al fondo, un gran edificio también es visible. Por un momento recuerdo el Hotel Overlook de “El resplandor” de Kubrik. Es el hotel que da paso al maravilloso Lago Misurina. Por su grandiosidad el Grand Hotel Misurina (que es como realmente se llama) parece que esté ahí solo, pero a medida que te acercas al lago te das cuenta del volumen de turismo que mueve la zona y la cantidad de hoteles que hay al lado.
El Lago Misurina es un lugar turístico de primer calibre. La perla de los Dolomitas, como se le llama. Un hotel y otro se suceden alrededor del mismo, y los autocares de turistas circulan y aparcan a duras penas a nuestro alrededor. El lago queda rodeado de montañas, un circo glaciar a un lado, las dos cimas visibles de Lavaredo al otro. El espectáculo es sobrecogedor aunque el ruido y la presencia de los autocares y los turistas le quita una parte del encanto. El lago es de origen natural: la temperatura de su agua va de 12° a 16°C durante el verano, mientras que en invierno queda helado; en efecto, en invierno la temperatura puede bajar hasta -25° C bajo cero, y se ven abundantes nevadas. Por eso, Misurina es muy famosa como centro turístico en invierno, por las pistas de esquí a su alrededor. Sin olvidar que en el mismo lago se disputaron las pruebas de patinaje sobre hielo en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1956.
Una vez rebasado el llano que supone el paso junto al lago, se reinicia la subida con otra dura rampa del 18% que nos llevará al Lago Antorno, precisamente donde nosotros teníamos nuestro hotel. Como digo, una rampa muy dura nos lleva dicho lago, mucho más pequeño y menos explotado que el de Misurina. Otra vez el paso por el lago supone un descanso en forma de llano. La subida continúa con un tramo más digerible hasta que llegamos al peaje (para vehículos con motor, afortunadamente). Pasado el peaje ya se inicia lo peor. Si en Misurina estamos a 1.754 metros, a partir de ese momento no hay descanso posible, seran 4 kilómetros de durísima subida a un desnivel medio del 11,7% para coronar a una altitud de 2.299 metros. Curva y contracurva con rampas de dos dígitos entre unos paisajes alucinantes que apenas tenemos fuerzas para admirar. Por eso las fotos de Sergi son siempre tan importantes para nosotros, nos ofrecen aquella visión que nosotros no hemos tenido o simplemente que teniéndola ahí enfrente el esfuerzo y el cansancio no nos ha permitido un momento de lucidez para apreciarla. Ese fue uno de esos días que las fotos te descubren más de lo que viste.

Buscamos las 3 cimas y no vemos claro dónde están. Vamos en la dirección de las dos cimas que veíamos abajo, pero no aparece la tercera. Cualquier grupo de cimas que apreciamos durante la subida es sospechoso de ser lo que buscamos. Pero no tenemos ninguna certeza.

Llegando arriba, al parking, disfrutamos de unas vistas tremendas al pie de los paredones impresionantes de las dos cimas, con unos aluviones de piedra que parece que vayan a deslizarse en cualquier momento. Sí, eso debe ser difícil de escalar, no hay duda. Bajamos un poco para llegar al Rifugio Auronzo, típico bar restaurante de montaña donde es posible comprar algún souvenir y también poder avituallarse después de haber subido en bici o después de haber regresado de un trekking por la zona.

Y no fue hasta que llegamos abajo de nuevo, al Hotel Lago Antorno, cuando resolvimos el caso de la cima perdida y descubrimos que para poder observar la famosa postal de las Tres Cimas que ilustra las portadas de los libros sobre los Dolomitas, hay que caminar un buen rato (cerca de una hora). Sólo entonces es posible ver la más famosa imagen de las 3 Cimas de Lavaredo. Poco antes de la cena el propietario del hotel nos explicó la verdadera historia de la tercera cima, y que realmente no había sido robada. Es la típica broma que repite una y otra vez a los clientes que se acercan al hotel.

La moraleja es muy simple, los viajes hay que prepararlos con mimo, pero nunca hay que dejar de preguntar a los lugareños, emplear un tiempo en obtener información, en hablar de banalidades, incluso. Hay conversaciones que merecen todo un viaje.

sábado, octubre 15, 2011

Duatló de Muntanya de Queralbs 2011


Por cuarta vez corría este Duatlón de montaña. Acompañar a amigos nuevos y bajar mi marca personal eran mis objetivos. La experiencia es un grado y este duatlón supone un verdadero estrés la primera vez que lo corres, pero cuando ya llevas tres y además has reconocido el terreno recientementemente y sabes lo que te espera ya te planteas dónde recortar tiempo y algún objetivo más ambicioso.

Algo de material también podía ayudar. En lugar de las Asics Trabuco que ya tenían más años que Matusalén (esa suela cuarteada y lisa ya no tenía anda que ver con una suela de una zapatilla de montaña), las cambié por unas nuevas (y carísimas) Salomon XT Wings. Sólo espero que me duren tantos años como las Asics. Incluso el cordaje de esas nuevas Salomon (curioso sistema de ajuste rápido) iba a ayudar a rebajar el tiempo en las transiciones.

La preparación de este año fue la que se demostró correcta el año pasado: subida tipo duatlon al Matagalls, unas cuantas salidas en bici (Turó de l’Home, Mont Ventoux, Parpaillon, etc.), entrenamiento a pie por Collserola, y además en Agosto subí al Canigó también tipo Duatlon. Por si fuera poco hice un reconocimiento del tramo a pie Fontalba-Fontalba dos semanas antes de la prueba.

Y todo por intentar bajar ni que fuera un segundo el tiempo que había conseguido el año pasado.

Por una vez llegamos algo más pronto a la salida, con tiempo para entregar la bolsa que encontraremos en la transición a la furgoneta de la organización. Ahí puse de todo por si acaso: un montón de comida, de bebida, guantes de frío polar, buffs, manguitos, chubasquero… Los últimos años subí con la mochila a cuestas, con lo que supone el peso adicional, o sea que este año tenía que subir más ligerito y por tanto más rápido. Llegar sobre las 7,30 para entregar la mochila no garantiza salir de los primeros, más bien sobre la mitad o más atrás.

El tramo en bicicleta ya me lo sé de cada año. Durante el primer kilómetro y medio que está asfaltado no me siento (debo ser el único que va de pie) intentando adelantar posiciones. Me encuentro muy bien y no voy a tope. Al llegar arriba veo en mi cronómetro 1:07 en lugar de 1:10 del año pasado. Vamos bien. Me tomo la transición con calma. Quizás demasiada. Como algo, dejo el casco, cojo la gorra, me calzo las Salomon con algo de parsimonia. Cuando empiezo a subir y el aire gélido empieza a soplar me doy cuenta que me he dejado en la bolsa el chubasquero y las gafas de sol. Pues vaya. No voy a volver, está claro.

La subida al Puigmal se me hace especialmente dura sobre todo por el aire que sopla cada vez con más fuerza. A veces me cuesta mantener el equilibrio. Noto que no voy bien, que me duelen los gemelos de ir tan inclinado, que me va pasando mucha gente. Llegando arriba echo en falta las gafas. Llevo el Buff subido hasta los ojos y la gorra calada en permanente peligro de salir volando, pero los ojos al descubierto. Al paso por la cruz el viento sopla al máximo y se me vuela la gorra. Miro atrás y veo que milagrosamente está quieta ahí a 100 metros cuando yo ya la imaginaba en Ribes por lo menos. Como no es mía decido volver a por ella, un minutito y 10 posiciones perdidas. Quién sabe si luego iba a echar en falta ese minuto.

El principio de la bajada está emblanquinado por la nieve que cayó hace unos días. Nada serio, aunque sí algo resbaladizo. La gorra vuelve a volar y el milagro de poder recuperarla vuelve a producirse. Bajando también me pasa gente (no en vano en el tramo a pie quedaré en la posición 197, mientras en la bici había quedado el 179) y solo al descender la pendiente me empiezo a encontrar a gusto y poder correr de una manera más normal! Al paso por el avituallamiento hago un cálculo rápido de lo que me espera i en cuánto puedo terminar y no me salen los números. Me empiezo a comer la cabeza con los cálculos. Cosas que pasan cuando el corazón va a 160 pulsaciones y la cabeza no recibe el riego sanguíneo que debiera...

Por cierto que en el avituallamiento escucho como una de las chicas que da los refrescos le dice a un novato que ya “solo quedan 5 km. basicamente de bajada”. “No le hagas ni puto caso” (me sale del alma), “te queda un tramo durísimo, es horroroso”. Sería por conocerlo bien, pero es en este tramo donde mejor me encuentro de todo el duatlon. Adelanto por lo menos a 15 personas y no me avanza nadie. Cuando llego a la transición vuelvo a calcular y veo que me pueden salir los números y hacer record personal. La transición tampoco es un dechado de rapidez. Habrá que jugarse la vida bajando, je.

La bajada la hago más rápido que otros años, sin tocar en freno en las rectas y jugándome un pinchazo en cualquier momento. Rezo para que no pase. En algunas curvas cerradas hay que apurar, pero las negocio sin demasiados problemas excepto una ya asfaltada al final, en la que casi ve voy contra la pared. Un aviso de lo que me sucedería más tarde.

No quiero ni mirar el reloj hasta que pase la linea de meta, aunque sé que puedo estar cerca de los 3:56:35 del año pasado. En el cronometro me marca 3:56 pero de los segundos no estoy seguro porque entre la salida real y mi paso por la salida pasaron bastantes segundos, aunque ahí no había alfombrilla... Tendré que esperar a media tarde a consultar las clasificaciones por Internet y darme cuenta que por 12 miserables segundos no fui capaz de superarme. He hecho 3:56:47. Mierda. Si no hubiera sido por el aire, por la gorra, por lo lento que fui en la transición, por, por, por....

Acabo y voy a buscar el coche, ya ha terminado todo. ¿Terminado? No. Bajando por la carretera de Queralbs a Ribes voy bajando fuertecito y en una de las curvas a izquierdas veo que no llego para plegarme, freno a tope y la bici se me va de atrás. El resultado es que me voy contra el murete, golpeo en él y salgo disparado hacia el bosquecillo que hay más abajo. Estoy volando. Ay, ay, ay, pienso en esos momentos. En seguida noto que golpeo con mi espalda en algunas ramas y todo pasa muy rápido. En décimas de segundo estoy sentado en el suelo con sangre en las manos y gente unos 5 metros arriba preguntando si les puedo oir y si estoy bien. Al final, un buen susto, pero nada de nada. Tras un breve paso por la ambulancia (betadine aquí, betadine allá) llego a tiempo de ver la entrega de trofeos donde debería haber estado mi compi Asun, tercera en su categoría. Felicidades, crack!

En fin, no se puede decir que fuera el mejor de mis cumpleaños (sí, era el día de mi cumple!), pero tampoco me puedo quejar. Es más, por primera vez, solo terminar tengo la convicción de que el año que viene volveré. Otros años tiene que pasar un poco de tiempo y que me empiece a olvidar del sufrimiento agónico subiendo el Puigmal, pero este año ya tengo claro que en el 2012 volveré para bajar mi tiempo. Sé que lo puedo hacer.