(Publicado en el n.2 de la revista Ziklo)
Fotos de Sergi Ros de Mora www.rosdemora.com
Este año 2014 Roubaix vuelve a estar de moda. De hecho lo
hace cada año, nunca deja de estar en la cresta de la ola. Pero algo nuevo ha
pasado: el Tour de Francia ha incluido este año una etapa con 9 tramos de pavés,
habituales en la clásica. Y ya se sabe que el Tour todo lo puede y es capaz de
poner de moda o hundir lo que se proponga.
Para nosotros Roubaix había sido siempre una etapa
pendiente, un destino obligatorio que faltaba por tachar. El viaje a Roubaix es
al mismo tiempo un viaje al pasado, a los orígenes del ciclismo.
A modo de flashes, las fotos evocan recuerdos del largo fin
de semana que pasamos allí, en el norte de Francia, tocando con Bélgica.
Recuerdos que no serán fáciles de borrar.
Esta es la pequeña historia visual de nuestro viaje a
Roubaix a la conquista de los adoquines.
Johan Museeuw, el
león de Flandes
Bar Le Pave justo frente a la entrada al velódromo. Cinco de
la tarde del viernes anterior a la París Roubaix. Cicloturistas de toda Europa
comparten tertulia y cerveza en ese local mítico. Especialmente muchos belgas.
Lo recuerdo como si fuera ahora, tantas veces viéndolo en la
televisión, luchando con la cara embarrada. El día del triplete del Mapei, el
día de su lesión tras la caída en Arenberg en 1998, el día, dos años después,
que con el maillot de Domo, se reconcilia con la París Roubaix y la gana
mostrando su recuperada rodilla al mundo.
Me parece reconocerlo. Miro las fotos de los vencedores que
adornan las paredes del Bar y confirmo mis sospechas. Es Johan Museeuw. Con
unos kilos de más y con la cara enrojecida por alguna que otra cerveza. Un mito
viviente. ¿Eres tú? Soy yo. ¿Una foto? Cómo no!
Otra vez la fiesta de la bicicleta que es Roubaix se
manifiesta en toda plenitud. Antiguos vencedores vuelven una vez al año, toman
unas cervezas, son reconocidos y por unos momentos la gloria parece volver.
Sólo pocos minutos más tarde vuelve a la realidad cuando le vemos alejarse sólo
en un coche rotulado con la imagen de una marcha cicloturista que organiza en
el mes de Junio.
Una foto que es algo más que una foto de un mito viviente
con fans.
Las bicicletas de
Roubaix
Preparar la bicicleta para ir a Roubaix es una aventura.
Cada uno escucha, lee, mira, investiga, y finalmente prepara la bicicleta. En
mi caso no fui con la bicicleta “principal”, puesto que no quería hacerla
sufrir y pasar por los malos ratos de los tramos adoquinados. Me cogí una bici
vieja, le metí doble cinta del manillar, le metí cubiertas de 26 mm e hinché las ruedas a
una presión moderada tirando a baja (5,5 kilos o 6 a lo máximo)… y poca cosa
más. Otra cosa la descubrí ya sobre el primer tramo de pavés: hay que llevar
portabidones en buen estado que sujeten bien los bidones. De lo contrario, al
primer tramo de pavés ya los habréis perdido. Cientos de bidones en los tramos
adoquinados dan fe que no fui el único que perdí un bidón.
Pero ir a Roubaix no es solo preparar la bicicleta sino
preparar todo el material y la ropa de manera adecuada. No hay que olvidarse de
los guantes, y ahí estaba yo para correr sin guantes. Cómo se le va a ocurrir a
alguien correr sin gafas en una Roubaix polvorienta en la que se preveía un
tiempo seco y primaveral. Y las gafas se me olvidaron. La organización también
recomendaba llevar 5 cámaras de recambio por lo que pudiera pasar. Esto no es
la salida de todos los domingos, aquí el riesgo de pinchazo es casi del 100%. Y
si mezclamos pinchazos y caídas seguro que no hay grupeta que se marchara a
casa sin ninguna de ellas.
Todo eso es también la experiencia de correr en Roubaix. En
la foto vemos una bicicleta al final del recorrido, con una buena dosis de
polvo y de suciedad. En el tubo horizontal se puede ver el adhesivo que la
organización daba para tener presente en todo momento del recorrido cuáles eran
los tramos de pavés. Muy buena iniciativa y una gran “chuleta”.
El Bosque de Arenberg
Arenberg es el primer tramo calificado de 5 estrellas o
dificultad máxima. En la prueba cicloturista el tramo es cronometrado para que
el que quiera se pueda medir con los demás.
El ambiente en el Arenberg es especial. Tanto el día de la
cicloturista como el día de la carrera profesional. El paso del cicloturista
por el tramo adoquinado más famoso se convierte en una tortura para los no
avezados. Un inacabable tramo recto de 2,4 km con unos adoquines desiguales que no
permiten coger ninguna velocidad
El día de la prueba profesional es uno de los sitios con más
ambiente de toda la prueba. Una zona VIP al final del tramo donde las personas
importantes pueden ver lo que ocurre en una posición privilegiada. No cabe
nadie más, si alguien pretende tener un poco de visibilidad.
Sobre todo un montón de belgas alrededor nuestro. También
ingleses (vestidos con el Rapha Style) e
incluso una pareja de americanos que han aprovechado las vacaciones para ver
todas las clásicas de primaveras. Sorprende la cultura ciclista que tienen,
viniendo de donde vienen!
En las fotos podemos ver los adoquines irregulares que
caracterizan Arenberg. Otro nombre que ya está escrito en la leyenda de nuestro
deporte.
El anacronismo de
Roubaix
Una imagen refleja tantas cosas… ¿Anacronismo decíamos?
¿Cómo se puede entender que en una carrera tan super-profesionalizada, donde
hay tanto dinero en juego, nos encontremos un personaje así?
Una furgoneta o una moto vieja dejaron un rastro de aceite
en el paves de Arenberg la noche anterior a la París-Roubaix. La solución no
pasa por una sofisticada maquinaria capaz de limpiar la ruta y arreglar el
desaguisado. La solución pasa por que uno de los “Amis de la Paris Roubaix” en
una furgoneta, probablemente en peor estado que la que dejó el rastro de
aceite, lance serraduras que sequen el aceite pocas horas antes del paso de los
corredores. Todo muy antiguo, muy rural, muy…auténtico.
En la foto podemos observar al personaje que se encargaba de
tan importante cometido. Importante porque de no ser por ese trabajo muchos
ciclistas profesionales podrían haber caído, circulando a gran velocidad por
ahí, exactamente por el “lomo de burro” del camino, por la espina dorsal de la
carretera, por el centro.
El Velódromo (viejo) de
Roubaix
El viejo Velodromo de Roubaix ha sido desde 1943 (sólo con 3
años de excepción: 1987-1988-1989) el lugar donde termina la París Roubaix
después de tantos años, aunque justo al lado se haya construido el nuevo
velódromo cubierto Jean Stablinski. El encanto del Velódromo de Roubaix es el
encanto de lo decadente, de lo clásico. Ver el velódromo en directo es una
mezcla de excitación y decepción. Lugar mitificado por todos los amantes del
ciclismo y sin embargo en directo es una instalación fuera de su época.
Rodar por su cemento y probar la inclinación de sus curvas
es sentirse finisher y sentirse profesional por un día.
En la foto se aprecia la alegría de los diversos grupos que
terminan la prueba. Unos levantan los brazos, otros imitan el famoso gesto de
Museeuw en el año 2000, cada uno a su aire, los miles de cicloturistas van
entrando durante horas, puesto que en los últimos kilómetros se juntan los
ciclistas de las 3 distancias posibles, que a su vez tienen salida libre.
El Carrefour de
l’Arbre o el cruce del árbol
El Carrefour de l’Arbre no es el tramo duro ni el más largo,
poco más de dos kilómetros, pero durante
los últimos años ha sido un tramo definitivo en la resolución de la carrera.
Por primera vez introducido en el año 1980, Carrefour de l’Arbre es el segundo
tramo de pavés con 5 estrellas tras Arenberg. La curva a izquierdas con la que
se inicia el tramo, el restaurante al final, el árbol que le da nombre justo al
lado. Ahora ya son lugares que han quedado fijados en nuestras retinas.
El último tramo importante, en el que uno ya no quiere saber
más de los adoquines y busca algún pequeño resquicio junto a la hierba para no
sufrir más el impacto de las piedras.
Este tramo ha sido los últimos años objeto de polémica
puesto que el comportamiento de los aficionados no ha sido el más adecuado.
Consecuencias de la ingesta masiva de alcohol en general y cerveza en
particular.
El Carrefour de l’Arbre es, efectivamente, el cruce del
árbol. Más de dos km de adoquín, tras los cuales ya no será fácil hacer
diferencias.
Una fiesta del
ciclismo
Ciclistas de todos los países, de todas las condiciones,
unos bien equipados, otros con lo justo, algunos disfrazados de época como si
esto fuera La Eroica o la Pedals de Clip. La París Roubaix evoca el pasado, eso
no se puede remediar.
De lo que se trata es de disfrutar de una jornada festiva en
la que por una vez el resultado deportivo es lo de menos y en cambio se trata
de disfrutar con los compañeros de grupeta de un día muy especial.
En la imagen vemos uno de los participantes en una bicicleta
de madera que, la verdad, dudo que le sirviera para hacer muchos kilómetros. La
cantidad de cerveza ingerida por el susodicho es proporcional a su barriga.
Hasta tal punto que también dio de beber al caballito que podéis ver en el
manillar. La fiesta de Roubaix… y de la cerveza.
El centenario
Justo a la entrada del velódromo hay un sencillo monumento,
que representa un adoquín, cómo no, que conmemora los 100 años de celebración
de la París Roubaix.
Un adoquín gigante que es el símbolo de toda la prueba. Un
adoquín que también reciben los ganadores desde el año 1977.
Si bien la primera vez que se celebró la prueba fue en 1896,
con los parones de la Guerras mundiales, fue en el año 2002 en que se celebró
el centenario de la prueba y cuando se instaló este adoquín gigante, que ha
pasado a ser otro de los puntos de peregrinaje de los cicloturistas de todo el
mundo.
Las medallas de
Roubaix
Las marchas cicloturistas se valoran por su paralelismo con
las pruebas profesionales, por su historia, por su recorrido. Y cuando uno ya
tiene todo eso, los detalles marcan la diferencia. Cuando íbamos a Roubaix, los
amigos nos encargaban un adoquín, pero ese no es el regalo que ofrece la organización.
El regalo que ofrece es una sencilla medalla que acredita que tú pasaste por
los terribles tramos adoquinados y que, en cualquiera de sus versiones,
terminaste la prueba. Es la medalla que nosotros, en la foto y a lo Rafa Nadal,
mordemos comprobando su autenticidad.
En nuestro caso, fuimos a la Challenge Paris Roubaix, prueba
que se organiza el mismo fin de semana de la carrera profesional. La Challenge tiene
3 posibilidades: una ruta de 171
km con salida en Busigny (hay que coger un autobús de
madrugada hasta la linea de salida), la de 141 km que sale de Roubaix y
que incluye los últimos 18 tramos de pavés (desde Arenberg hasta el final), y
la de 70 km,
tambien con un recorrido circular.
Pero para los más puristas, hay
que decir que la genuina Paris Roubaix Cyclosportive se celebra cada dos años (los
años pares) el mes de junio con dos distancias, 210 (autoproclamada La Leyenda,
aunque no es exactamente el mismo recorrido que la carrera profesional) y otra
de 120 km
que incluye también los tramos de pavés más famosos. Ya lo sabéis, para 2016.
La tradición
Uno de los muchos alicientes de la París Roubaix. Una de las
tradiciones a respetar. Otro anacronismo. Desde 2003, el nombre de todos los
vencedores en Roubaix se halla grabado en unas placas que identifican no las
duchas, sino unas minicabinas individuales donde el sábado se cambian los
cicloturistas y el domingo los profesionales. Esto no son los lujosos
vestuarios de los estadios de fútbol modernos. Esto son unas austeras duchas
que podrían ser las de cualquier campo de futbol base. Un lugar donde limpiar
el polvo, el sudor, el barro y recordar la gloria y la miseria de una de las
carreras más bonitas que existe en el calendario internacional.
Después de más de seis horas de lucha contra el resto de
corredores y contra las piedras, los profesionales seguirán durante unos
minutos más en el pasado. Viviendo el anacronismo que significa una prueba tan
especial del Siglo XIX disputada en el Siglo XXI.