domingo, agosto 26, 2007

Barcelona-Tourmalet

(Artículo publicado en el número 17 de la revista Pedalier)

Creo que la primera vez que pensé ir en bicicleta desde Barcelona al Tourmalet fue cuando me llegó una invitación de un club flamenco que hacía la Bruges-Mont Ventoux. Tenía buena pinta. Un origen y un destino significativos dan a un recorrido un significado especial. Hay que reconocer que cualquier recorrido que tenga el Tourmalet como final ya es de por sí atractivo, pero es que salir desde Barcelona tiene algo especial incluso para los que no viven en la capital catalana.

A nivel ciclista, Barcelona tiene el honor de haber sido final de etapa de un Tour de Francia, allá en el lejano 1965, en una jornada con inicio en Ax les Thermes y victoria del Bello Tenebroso, el español Pérez Frances.
Ese recorrido nos daba precisamente una pista de una de las posibles alternativas para llegar al Tourmalet desde Barcelona. Barcelona-Ax les Thermes, con 240 kilometros, luego podríamos hacer Ax les Thermes-Bagneres de Luchon, que son 159 kilómetros, para terminar con Bagneres de Luchon Tourmalet.

Todavía no teníamos una idea clara del recorrido definitivo, pero muchos de nosotros ya intuímos que era una buena idea unir nuestra ciudad con la cima más mítica de los Pirineos. Era cuestión de trabajar un poco, pensar alternativas, hasta que poco a poco acabamos dando forma a esta Barcelona-Tourmalet, esperemos que solamente la primera de más ediciones que vendrán. Finalmente catorce miembros del Esport Ciclista Sant Andreu (incluidos los tres choferes que nos acompañaron como asistencia) nos embarcamos en la aventura de partir en bicicleta desde nuestro lugar habitual de salida semanal, en Sant Andreu, y llegar hasta la cumbre ciclista más famosa del mundo.

Primera etapa Barcelona-Tremp


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El trayecto de la primera etapa supuestamente no era muy complicado al lado de etapas pirenaicas en mayúsculas como las que nos esperaban. Aunque la verdad es que incluía cuatro dificultades montañosas: Collbató, Coll del Bruc, La Panadella y Coll de Comiols. Este último, un puerto muy poco conocido y sin renombre, pero un puerto de 20 kilómetros de longitud que se sube después de 150 kilómetros.

Una ciudad de las dimensiones de la ciudad condal, con un área metropolitana tan grande dificulta una salida cómoda y segura. El laberíntico recorrido de salida de Barcelona entre autovías, autopistas, lo resolvimos con una aproximación a Montserrat por Martorell y Olesa de Montserrat. Justamente frente al Aeri de Montserrat, sale la carretera que lleva a Collbató, en un puerto no demasiado duro que lleva también a las Cuevas de Salnitre. De ahí, rápidamente hacia Coll del Bruc y poco más tarde ya cogemos la antigua autovía Barcelona-Lleida, que ha quedado prácticamente desértica después de la apertura de la nueva autovía. Siempre subiendo, llegamos a La Panadella, tradicional lugar de atascos en la antigua autovía y parada obligada de camioneros. También es una parada obligada para nosotros, donde almorzar.

La subida a Comiols, con un día de calor sofocante y el kilometraje acumulado, parece un verdadero puertazo, cuando la verdad es que los desniveles son de lo más normalito, pero ya se sabe que los recorridos los hacen duros los ciclistas y los que podían apretar apretaban y los que no, pues a sobrevivir. Tras coronar, el resto ya es un claro descenso de más 30 km. hacia Tremp.

Al final de la jornada, un recorrido de 216 kilómetros, más de ocho horas encima de la bicicleta, un desnivel acumulado de 2.650 metros y un calor tremendo, lo que significa brazos y piernas quemados. Verbena de San Juan en Tremp. Un par de botellas de cava que el grupo se ventila en pocos minutos y a descansar, mientras el resto de los mortales se prepara para una noche ajetreada… Para ajetreos estábamos nosotros.

Segunda etapa Tremp-Bagneres de Luchon
Lo primero que uno siente tras la paliza del día anterior es dolor de piernas. Bajar las escaleras para desayunar recuerda los excesos del día anterior y avisa de lo que puede pasar en breve…

En el larguísimo trayecto de Tremp hasta Esterri d’Aneu, donde empieza la Bonaigua, se impone un ritmo constante para intentar que cundan los kilómetros. Es un falso llano de más de 60 kilómetros que va picando hacia arriba y no permite acabar de coger velocidad. Existen varios túneles en ese trayecto, pero para pasarlos nos desviamos por fuera tal como indican las señales, que impiden circular a los ciclistas. Gracias, señores de la DGT, pero lo hubiéramos hecho igualmente. Observar el Congost de Collegats por la antigua carretera estrecha merece mucho más la pena que atravesar el túnel.

La subida a La Bonaigua es siempre un reto. La mayoría de nosotros la acostumbra a subir desde el Valle de Aran en la tradicional Marcha de la Bonaigua que cada año sale de La Pobla de Segur. Pero en esta ocasión la hicimos en sentido contrario, con lo que esta vertiente tenía el atractivo de lo conocido pero todavía no conquistado. No podíamos dejar de pensar en lo que costaría subir la interminable recta que acostumbramos a bajar a toda pastilla en la Bonaigua sin necesidad de tocar el freno…

Las obras durante la subida dificultan la escalada. ¡Qué cantidad de máquinas! (menos mal que era domingo y estaban paradas). ¡Qué manera de recortar curvas! ¡Qué asfalto más degradado! Llegando arriba desaparecen las obras y mejora la panorámica. Coronamos con tranquilidad y disfrutamos del paisaje que ofrecen los 2072 metros de la Bonaigua. La bajada es muy rápida, no sólo hasta Viella sino incluso hasta Bossost, al pie del último puerto del día.

El Portillón es un puerto incómodo. La vertiene por la que subimos no es quizás tan dura como la francesa, pero si se sube en día de calor, después de una buena kilometrada, como era nuestro caso, se hace duro de verdad. El asfalto en perfecto estado, recién reparados tres kilómetros. Bajando, nos topamos con la cascada Sidonie, espectacular, y nos paramos a hacer fotos, como cada vez que bajamos en el Portillón. Siempre igual, pero vale la pena, ¿a quién amarga un dulce?

Llegamos a Bagneres de Luchon, ciudad con el encanto de lo decadente.
Numerosos edificios históricos recuerdan lo que en su día fue: una de las ciudades termales más importantes de los Pirineos. Sin embargo, su estado de conservación deja bastante que desear.
Las instalaciones hoteleras ahí se mantienen, puesto que en invierno sigue siendo un destino turístico importante. Más, cuando desde el propio centro de la ciudad sale un telecabina que lleva a las pistas de esquí de Superbagneres. Precisamente una opción que barajamos en su momento era subir a Superbagneres como colofón de la etapa, aunque una subida de esta entidad (18 km a casi un 7% de media) seguramente la mejor forma de disfrutarla no es despues de 150 kilometros.

En el hotel que estuvimos se cumple a rajatabla todo lo que esperábamos: hotel en edificio histórico, moqueta hasta en el baño (¡) y, afortunadamente, una buena cena. ¡Ah! Claro, y una media de edad de los clientes con los que compartimos comedor que nos supera en 40 años, por lo menos. Es lo que tienen las ciudades termales.
Pues nada, a imitar a los abuelos y a la cama pronto, que mañana hay que madrugar.

Tercera etapa Bagneres de Luchon-Tourmalet
Las previsiones de mal tiempo se confirman cuando nos despertamos. Después de un fin de semana de mucho calor el lunes amanece muy tapado y con llovizna. Si estamos así en Bagneres de Luchon, me imagino a más de 2.000 metros. Pero no hay ni un atisbo de duda en todo el grupo. Hemos venido a completar el recorrido desde Barcelona hasta el Tourmalet en bicicleta y no podemos abandonar ahora.

Subiendo Peyresourde hay una niebla impresionante. A lo lejos nos parece ver un pelotón muy grande, ¿estamos viendo visiones? Pues no. Mediada la ascensión nos encontramos con un grupo enorme de Lyon que también va a hacer unos días de stage en el Pirineo. Un grupo muy heterogéneo, con gente que andaba mucho, gente más mayor, bastantes mujeres... Con varios vehículos acompañantes que nos iban dando a nosotros el mismo ánimo que a los suyos. Llegando al final del Peyresourde se mantiene la niebla y nos perdemos el espléndido paisaje de las últimas herraduras. Coronamos y compartimos cumbre con el grupo de Lyon entre fotos, furgonetas y chubasqueros.

Bajando, el grupo grande de Lyon se desvía hacia Val Louron Azet mientras nosotros seguimos bajando hacia Arreau para empezar a subir el Aspin, un puerto cuya dureza sería mucho más reconocida si no tuviera a su lado al gigante del Tourmalet. Al coronar no hay mucho tiempo para florituras. Los que han llegado primero se refugian en los coches y los que llegamos después ni foto ni leches, para abajo que cuanto antes acabe esto mejor. La bajada del Aspin ya roza el punto de lo épico. La lluvia es muy intensa y el frío empiza a dejar pies y manos muy tocados. Menos mal que la bajada no es muy técnica porque los frenos apenas responden.

Cuando llegamos a Sta Marie de Campan la verdad es que la tiritona es de impresión. No conseguimos sacarnos el frío del cuerpo. Por un momento se pasa por la cabeza no subir al Tourmalet, pero en el fondo uno sabe que se arrepentirá si no lo hace. Mientras esperamos a que lleguen todos pregunto dónde está la placa que rememora el día de 1913 en que Eugene Cristophe tuvo que reparar su horquilla bajo la atenta mirada de los jueces del Tour de Francia. Me dicen que 200 metros más abajo del cruce donde empieza la subida al Tourmalet. Pero estoy empapado, temblando de frío y decido que ya iré después. Mala decisión, porque al final me quedaré sin ver la plaquita…

Cuando empiezo a subir por arte de magia las cosas cambian y las sensaciones son las mejores desde que salí de Barcelona. El entorno, estar a los pies del deseado Tourmalet influye, pero la verdad es que cambiarme la ropa mojada por ropa seca también influye lo suyo. El fuerte calor de los dos primeros días se ha convertido en una temperatura agradable mucho más recomendable para pedalear.

La calma tensa dura mientras llegamos a las inmediaciones de Gripp. Ahí empieza lo duro. Quisiera decir que también lo bonito, pero la niebla lo seguía cubriendo todo. La visibilidad era la justa como para poder avanzar, pero poco más. El cansancio acumulado va haciendo mella y subimos en grupo sin cruzar palabra. Sufriendo y disfrutando por un igual. Al salir de La Mongie desaparecen los carteles que kilómetro a kilómetro nos van avisando del porcentaje medio de desnivel que nos espera. La niebla, muy densa, y la falta de información, hacen que andemos muy perdidos respecto al final de la ascensión. Recordaba muy poco del final: una curva cerrada a izquierdas y coronar en un claro cambio de rasante, con la estatua a la derecha y el restaurante a la izquierda. Sin casi darnos cuenta estamos arriba y me veo esprintando a los compañeros. El objetivo está conseguido!!!!!!!

Una vez arriba tenemos demasiado trabajo. Reencontrarnos con los símbolos del Tourmalet, como la estatua “El gigante del Tour” (estatua realizada por Jean Bernard Metais, que conmemora el primer paso del Tour de Francia por el Tourmalet, en 1910), leer las placas de todos los monumentos (también del monumento a Jacques Goddet), hacer las fotos de todo, entrar a comprar los recuerdos en la tienda de souvenirs… Tiene mucho peligro un grupo de españoles con síndrome de compra compulsiva en la tienda de una cumbre mítica. Corren peligro las camisetas, las gorras, los escudos para bordar, las pequeñas esculturas en piedra…

Todos serán objetos preciosos a partir de ese día. Para poder demostrar que YO LO SUBÍ.

Entonces sí. Una vez hechas las compras y las fotos estaba todo hecho, entonces sí que pudimos subir al coche y bajar al camping de Sta Marie de Campan, donde después de un día frío y lluvioso nos esperaba la mejor de la recompensas: una ducha caliente y una comida compuesta de una sopa que le llaman garbure (típica de la región) y un poulet basquaise que nos supo a gloria.

Es el momento de reposar, de hacer balance de los tres días, de disfrutar del momento, de saborear los últimos instantes al pie del coloso. 450 kilómetros, 3 etapas, 9 puertos. El Tourmalet, más cerca de lo que parece.