martes, enero 10, 2012

Nápoles: el Vesubio y la familia

(Publicado en el n.47 de la revista pedalier)
Si uno quiere viajar con la bicicleta en las vacaciones de Navidad, y no pasar mucho frío, elegir destino no es tarea sencilla. Las islas (atlánticas o mediterráneas) son siempre una opción. Y toda la costa mediterránea también. Ya conocemos las virtudes de la costa española, pero quizás no tanto las de la costa italiana... Me seducía mucho visitar Italia de nuevo. Y también quería pedalear y subir montañas, aunque en invierno el tiempo puede complicar cualquier previsión.
Esta vez, con la elección final de Nápoles, ganaban peso las cuestiones no estrictamente ciclistas: conocer una ciudad de contrastes, visitar un volcán... En mi caso además el viaje (no oculto que formaba parte del motivo de la elección del destino) tenía un componente de reencuentro con la familia. Mi abuelo procedía de Nápoles y yo nunca había estado allí.
Todos los tópicos de Nápoles me vinieron a la imaginación: el tráfico caótico (yo que tenía que alquilar un coche y conducir), la basura en las calles, la ropa tendida, el Vesubio y Pompeya, el milagro de la sangre de San Gennaro, Maradona y el estadio de San Paolo, la gente hablando a voz en grito y gesticulando, y también la camorra. Una ciudad cuya área metropolitana tiene más de 3 millones de habitantes da para todo eso y mucho más.
A la hora de planificar el viaje las posibilidades de Nápoles eran múltiples y en un viaje de sólo 4 días y 3 noches había que seleccionar muy bien entre toda la oferta. Mis planes quedaron definidos con una visita al centro histórico el primer día, subida al Monte Faito y al Picco Sant’Angelo y posterior visita a Sorrento el segundo, subida al Vesubio y luego a Pompeya el tercer día, y para acabar el cuarto día el reencuentro familiar.
El día de la llegada fue algo decepcionante. Nos recibe la lluvia. Para recoger el coche de alquiler te meten el miedo en el cuerpo, no aparques en la calle, vete con cuidado, no dejes nada a la vista (bien pensado, solo se trataba de aplicar el sentido común). La llegada al hotel, en la zona de Poggioreale (¡donde está la cárcel!) tampoco es muy alentadora. Nos trasladamos al centro histórico, donde pudimos visitar la impresionante muestra de pesebres (presepi) artesanales que se organiza cada Navidad, comprar los peperoncini portafortuna o los pulcinelle típicos de Nápoles, pasear por Via Toledo, la calle más importante de Nápoles, y finalmente recoger nuestras bicicletas de alquiler. Para el alquiler contactamos con Jerry, de la empresa “That’s amore”, un tipo que está on-line permanentemente y te pone las cosas fáciles. Capaz de alquilarte una bicicleta en cualquier parte de Italia y de ponerte un guía donde lo necesites. Si queréis alquilar una bici en Italia no dudéis en contactar con él: http://www.rentalbikeitaly.com .
Una vez recogidas las bicicletas (unas flamantes Bianchi blancas) en una céntrica tienda de bicis napolitana, volvemos al hotel y por el camino, entre la lluvia y los cristalitos de unas zonas con limpieza deficiente, pinchamos dos veces. El remate de un día mediocre, no fue el mejor principio de una pequeña escapada vacacional. Pero hay que ser positivos, ¡desde este punto sólo podemos ir a mejor!
De momento el día siguiente amanece cubierto pero sin lluvia, eso ya son buenas noticias. Nuestro primer día de bici incluía dos subidas; la primera de ellas era el casi desconocido Monte Faito, a 1.140 metros, una elevación notable si consideramos que subimos desde el nivel del mar. De las dos posibles vertientes, Castellammare y Vico Equense, subimos por esta última ya que los accesos son más fáciles de localizar, dato siempre a tener en cuenta cuando uno cuenta con el tiempo justo. Se trata una subida de 15 km que podemos distinguir tres partes muy diferentes, una zona que lleva hasta Moiano con rampas muy duras y bastante tráfico, una segunda parte sin coches, muy aérea con curvas muy amplias y preciosas vistas sobre la costa de Sorrento por un lado y hacia el Vesubio por el otro, y una tercera parte de 3 km dentro de un bosque muy cerrado, hasta llegar a la estación del funicular (funivia) que podemos considerar el final de la ascensión, aunque los lugareños nos indicaron que el punto más alto al que llegaba la carretera era realmente la iglesia de San Michele, algunos metros por encima. Me doy por más que satisfecho con coronar donde el funivia, y que el tiempo nos haya permitido subir sin lluvia, en contra de las previsiones del día anterior.
La segunda subida del día era el Picco Sant’Angelo, una subida sin demasiada dificultad, pero con interés mediático y turístico, ya que el año 2009 fue la subida previa al Vesubio en la etapa del Giro. Turísticamente tiene muchos alicientes puesto que las vistas sobre la costa de Sorrento y la isla de Capri, y sobre la costa amalfitana al otro lado (Amalfi o Positano son sus pueblos más destacados). Además, en nuestro caso, el día se fue arreglando minuto a minuto, y al final del día, cuando llegamos a la cima, el cielo estaba totalmente despejado y pudimos gozar de las mejores vistas sobre el volcán de toda nuestra estancia. Como digo una subida sin una gran dificultad a nivel ciclista (corona a 478 metros en poco más de 9 km), pero con la recompensa de la foto junto a la imagen del Santo al llegar a la cima.
Y el segundo día de bici por fin llega el Vesubio, posiblemente el momento más esperado del viaje por muchas razones. Se trata de uno de los volcanes más activos de Europa (después del impronunciable volcán islandés que bloqueó el espacio aéreo hace un par de años), con tres erupciones durante el Siglo XX (años 1906, 1933 y 1944). Un volcán que tiene entre sus víctimas pueblos enteros como Pompeya o Herculano, ciudades a la que sepultó con su erupción del año 79 d.C. Las imágenes del cráter (de 800 metros de diámetro nada menos) son realmente espectaculares y pretendíamos verlas en primera persona.
A nivel de historia ciclista también tiene el Vesubio un atractivo especial, puesto que el Giro d’Italia ha subido en dos ocasiones ahí arriba y curiosamente en ambas ocasiones un ciclista español triunfó. Fueron los años 1990 (victoria de Eduardo Chozas) y 2009 (victoria de Carlos Sastre).

Los datos de la subida tampoco están nada mal, puesto que en poco menos de 11 km se suben casi 900 metros de desnivel. No está mal si consideramos que íbamos a subirlo en pleno invierno y fuera de forma, como era nuestro caso.
El día estaba dedicado íntegramente al Vesubio. Por la mañana subimos en bici hasta la cima con nuestro guía acompañante Massimo, un verdadero experto de la zona. El principio de la subida (hasta llegar al abandonado Observatorio) está repleto de obras escultóricas hechas con piedra volcánica. Incluso pasamos junto a un solidificado río de lava que nos va poniendo en situación. El tiempo se iba complicando cada vez más e íbamos derechitos a lo más denso de la niebla. La subida en sí se hizo bastante dura y las rampas en muchas ocasiones superaban el 10%. Es temporada baja y no hace muy buen día, con lo que no encontramos muchos coches ni, obviamente, muchos ciclistas (alguno sí que pasamos). Venir en verano debe ser muy diferente.
Una vez llegados al final de la carretera se puede acceder al cráter (eso sí, después de pagar 8 Euros) a través de un camino de cenizas volcánicas que tiene todavía restos de nieve a los costados. Quizás son 500 metros de camino para llegar al sendero que bordea el cráter. Lástima que la visibilidad era nula y el grandioso espectáculo que esperábamos se quedó en nada. Una lástima, pero el que no arriesga no gana y no teníamos más opciones que intentarlo…
Ya de regreso decidimos continuar en bici hasta Pompeya, a poco más de 20 km de Torre del Greco, lugar donde habíamos iniciado la ascensión unas horas antes. Llegando a Pompeya entramos de lleno en el típico adoquinado de la Campania (la región cuya capital es Nápoles), unas losas grandes deslizantes, colocadas en diagonal, que son perfectamente ciclables pero que te hacen estar atento en todo momento.
La pena fue que no teníamos horas de luz para poder hacer una visita de Pompeya como nos hubiera gustado. Otra vez tenemos que pasar por taquilla (esta vez 11 Euros) para acceder a las excavaciones. Una hora visitando Pompeya sólo da para ser conscientes de la magnitud de las ruinas y experimentar la extraña sensación de que los romanos se fueron de ahí el día anterior. Seis metros de cenizas (que no de lava) sepultaron esta ciudad y dejaron las calles, las casas, los palacios y los murales perfectamente conservados. Impresionante.
El último día aparcamos las bicis y lo dedicamos a otros menesteres. Debía reencontrarme con una parte de mi familia, precisamente la que me da mi primer apellido. Para llegar a la cita tuve que probar el tráfico napolitano, un día especialmente duro, puesto que por la noche llegaba la bruja Befana (que deja los juguetes a los niños italianos, en lugar de nuestros Reyes Magos). El centro de Nápoles un día así no te deja opción. Entrar en la rotonda de la céntrica Plaza Garibaldi es un deporte de riesgo en el que solo sobrevives si te pones las pilas y conduces como ellos. Si no, no te mueves.
Ese día, tras el encuentro, entre café y panetone, hablando con mi desconocida familia, descubrí por qué soy un apasionado del deporte. Conocí a una prima de mi padre, Nora, que con 81 años sigue haciendo deporte cada día. Nada y compite todavía en los campeonatos italianos. Es dinámica, jovial, divertida, vital. Lo descubrí comiendo unos espléndidos spaghetti con gamberoni en el Club Posillipo, del que ella es socia emérita. Me sentí orgulloso de ser parte de su familia y también un poco italiano.
La conclusión que saco al final del viaje es que ha sido tremendo. Viajar es siempre una experiencia enriquecedora pero no puedo dejar de recomendaros especialmente que vayáis a Nápoles. A nivel de turismo urbano, te enamora con su centro histórico y con sus calles llenas de historia y modernidad a la vez. Visitarla en Navidad es un regalo adicional con los pesebres, los puestos callejeros, las luces de la Via Chiaia y sus tiendas. Vesubio y Pompeya. La costa de Sorrento, la costa amalfitana y la isla de Capri son otros destinos de obligada visita. Y no es sólo eso. Como dice un amigo mío, comer mal en Italia es imposible, aunque te lo propongas. Los Spaghetti alle vongole, la sfogliatella, los funghi ripieni, la parmeggiana... Se me hace la boca agua.
Y es que para mí en este viaje la protagonista principal esta vez no fue la bicicleta. Ni siquiera el Vesubio y su cráter. Ni todo lo que os dije en el párrafo anterior. Esta vez la protagonista fue mi tía Nora. Sin habernos visto nunca me hizo sentir como si comiéramos juntos cada domingo.
No tengo ninguna duda: yo de mayor quiero ser como ella.

1 comentario:

Victoria dijo...

M'ha encantat aquesta entrada! Has de cultivar la teva part italiana, no hi ha dubte. T'hi has trobat com a casa. Es nota!